Tengo ya apuntados todos los detalles sobre la composición de la tropa a bordo. Somos menos de lo que me temía y más de lo que pensaba. Os mantendré informados sobre este asunto, no faltaba más. Si no os importa, a mí me importa menos todavía, así que cada uno haga consigo lo que más gusto le diere.
Vengo en decir que cada uno de cuantos componen esta población flotante, por más decir suspensa y flagelada, tendrá su parte al tiempo. Como quien dice, y decimos ya demasiado, un reparto razonable. A cada uno según sus necesidades, de cada uno según su talento. ¿Era así? Si era así, sonaba bonito. Pero era imposible, porque yo ahora veo una salina y es que se me comen por dentro las ganas de comprarla. Si consigo derrotar al propietario, meterle en los huesos la convicción de que toda resistencia es inútil, mejor. Si con sus ahorros de toda la vida puedo invertir un poquito en ladrillo -tanto mejor si es sobre plano, el IVA que lo pague otro- entonces el logro roza el paroxismo. ¿Gozan así los monstruos de nuestro tiempo? ¿Era Saturno un aprendiz cuando se zampaba los niños de dos en dos? El tiempo, bonita manera de aniquilar la existencia.
La metáfora del reloj no me ha impedido comprobar una cosa chocante, después de tantos días aquí dentro. Cerca de veinte individuos pueblan la cubierta inferior, ajenos a todo acontecimiento hasta aquí reseñado. Han vivido su vida. Aseguran no reprocharme nada. Me he quedado con ganas de hacerles un seguro de vida y regalar flores a sus madres respectivas. Pero al final no.
En las paredes de la cubierta inferior hay literas, catres, fotos tremendas y también látigos. ¿Qué creéis que he hecho yo con los látigos, y con los insurgentes? ¿Eh? Hasta Buñuel lo habría adivinado. Por las prisas, me he visto obligado a ofrecer a estas buenas gentes del subsuelo una parte de nuestro patrimonio. No he conseguido con eso apaciguar en lo más mínimo cierto aire reivindicativo.
Sostienen estos sujetos que el barco se mueve mucho, que las condiciones higiénicas no son nada del otro mundo y que los remos van bastante duros, como si les faltara engrase. Yo creo más bien que pesan demasiado, y eso que acabo de enterarme del asunto remos. Todo esto me hace dudar del Simca. ¿Qué hacía el Simca mientras vencíamos con sudor la corriente del Estrecho? Tampoco se lo podemos preguntar, porque anda bastante enfermo. Pero claro, un motor depauperado no es disculpa para tanto sufrimiento en la tropa. Agradezco a mi indolencia que no me diera por hacer esquí acuático el otro día, recién peinado.
Quedan de todos modos indemnizados. Como ciudadanos pasivos y anónimos de un estado que prospera, tendrán pronto la luz que necesitan, el aire que requieren y muy buenas instalaciones deportivas. Cines, teatros, prostíbulos, campos de fútbol y concursos de televisión. Por ellos, lo que haga falta. Pues quién hace de piedras pan, sin ser el Dios verdadero, ¿eh?
En el próximo capítulo:
El mosquito asesino o Matalascañas atestado.
© Jorge Silva 2006
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