Atención: Irene, la pastorcilla, hizo el año pasado un curso de soldadura en Sestao (lo que la obligaba a dar largos paseos desde su casa en Ampuero) y eso abre perspectivas completamente nuevas. El Simca repuesto en cuanto venga la pieza y, además, reforzado. Unas patas de gallo, unos soportes nuevos, unas cosas. Lo que no sé es cómo decirle a Irene que pienso irme a Cádiz y a las Rías Bajas en cuanto tenga listo mi vehículo automóvil a motor. Ella no tiene ya una sola oveja y yo la convencí de que no importaba. ¿Querrá venir conmigo? ¿Cómo evitarlo?
Sólo me queda una solución: hacerme uña y carne con alguien, buscar un pretexto, una distracción ineludible que me aparte tanto de la idea de irme como de la de quedarme. Claro que esto no es justo hacia la pieza, ni hacia el Simca Rallye, ni siquiera hacia las bellas personas que sustentan el sector primario. Estoy en un mar de dudas, por lo que ya metidos en mares voy a ver si convenzo a Néstor, el camarero licenciado, de que me lleve en su Vespino hasta la playa. Un bañito y a comer. Qué gozo, caramba, y la pieza sin venir. E Irene con el electrodo de un lado a otro, que si te pongo unas pletinitas por aquí, que si cómo vería yo acanalar el vierteaguas, yo que de chapa no sé nada. Me parece a mí que la de Cantabria me tiene tomada la talla ¿Y si huyo sin dejar pistas? Pero claro, el Simca.
En el próximo capítulo: Una noticia, un notición
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