Ni qué decir tiene que la aleación metálica que «J» me indicó al describirme la pieza y convencerme de su vital importancia, no existe. Nadie la conoce. Andrés tampoco, pero eso es lo de menos porque Andrés trabaja con madera; y eso no es lo esencial, pues tampoco sabe verdaderamente mucho sobre madera. Lo suyo es producto de una debilidad juvenil, de un ansia y una carencia, de una pose. Su abuelo hacía barcos de madera cerca de aquí, y más tarde en Belize, donde sabía que nadie iba a perseguirlo por anteriores naufragios en el remoto Cantábrico (muy pocos consiguieron hundirse de aquí a Menorca), de manera que Andrés, al tanto de ello por carteles mal pegados en las paredes, acudió hace años a un taller de carpintería de ribera, titulado «¿Barcos? Qué importa el material/maneja tú misma la madera en sólo diez días». Era un curso para mujeres y por mujeres, «comisariado» por otra mujer que luego se disipó entre meridianos y paralelos, pero un curso teórico-práctico de todos modos impartido por un viejo carpintero sordo del que se tenían algunas sospechas: había sido carpintero de ribera de muy joven, casi un niño. Gepetto no habría podido asistir, desde luego, por varón. Resultando que al no ser mujer, ni carpintero, Andrés no consiguió completar el tal máster sindicalista, ni enterarse de gran cosa durante el poco tiempo que pudo enmascarar su sucinta testosterona. Y aquí estamos. No puede ser cierto. Tenemos un serrucho, clavos, el mango de dos martillos y unas ganas de bostezar impresionantes, aunque no sabemos quién de los dos ha empezado, ni si era cachondeo, provocación o sueño verdadero.
Como quien no quiere la cosa se está fraguando un barco, una embarcación tal vez enorme. No sabemos de cálculo, ni de ninguna otra cosa que pueda concurrir hoy aquí con ciertas posibilidades de éxito. Sólo hay algo que pueda empeorar el panorama y es una súbita aparición de mi pastorcilla. Se ha curado y está más tranquila. A decir verdad, la curación comenzó el otro día, cuando tuve que interrumpir abruptamente estas confidencias, precisamente para curarla, sumido en todas las dudas imaginables. Aunque para dudas, las que me pleantea este barco, y su más que improbable relación con el Simca Rallye. Mañana, cuando me despierte y haya hablado con Fernando Alonso de este y otros asuntos, vuelvo a la tarea. Empiezo a estar harto de que no pasen más cosas.
En el próximo capítulo: Treinta y tantos grados a estribor |