Cuando está bien iluminada, la Venta Nava es única en su género. Normalmente, cuando pides chocos te traen almejas; cuando pides tortillitas te dan ortigas; si mejillones, urta; ¿quieres adobo? pues toma puntillas. Al borde siempre de los manís con queso, dieta mediterránea donde pueda haberlas, si no fuera por la falta de almendras. Mañana vienen, creo.
Hoy hemos pedido una fritura y como era de esperar nos han traído embutidos. El jamón estaba para caerse de la silla, y con el lomo se te salían los zapatos. El chorizo de jabalí (sí, era cierto) me ha dejado meditando sobre la conveniencia de hacerme a tierra, pero para siempre. Por si acaso, hemos adquirido allí mismo setenta toneladas de jamones, chorizos, lomos y queso, salpimentado el cargamento con almendras y unas setas secas de Corea. Como "Lutecio", el barco, no puede con tanto, hemos dejado la mayor parte de la compra a buen recaudo, en buenas manos, para más detalle a disposición de dos constructores locales. Sabemos por lo menos que no se lo van a comer, aunque no sepamos mucho más.
Ya en la siesta, la presencia masiva de chacinas, a través de su delicado perfume, se ha hecho evidente.
-Yo cuando pido chorizo a Esteban, mi charcutero de confianza, le pido un chorizo especial, un chorizo de tripa... no sabría cómo decirle, de una tripa también especial.
- ¿Chorizo cular, chorizo de tripa de culo acaso, hija mía?
- No, en absoluto. Mi tía no pedía jamás eso, y yo no he hecho más que imitar a mi tía siempre, en todo. Cuando en la tienda le pedían explicaciones demasiado concretas ella siempre decía: "no, a mí démelo de colon descendente". Así pasé casi toda mi infancia, padre, comiendo enormes bocadillos de chorizo de colon descendente.
- ¿Podrías decírmelo en dativo?
- Pues así, a bote pronto, no.
De esta manera inopinada comenzó una conversación sustanciosa, sustancial y definitiva, entre Irene y el confesor Manolo, recién incorporado a la tripulación merced a no sé sabe qué accidentes por la costa. Ese primer contacto calcificó, hasta convertirse en una amistad muy poco flexible. Insoportable para Irene, imperiosa para Manolo, el confesor. Qué fatigas tendrán que pasar ambos.
La infancia de Manolo, el confesor, había sido determinante en su desarrollo posterior, cosa frecuente entre los humanos varones. No es lo mismo en las humanas, o humanos hembra. Niñas y niños, ellos y ellas, qué jolgorio, qué alboroto.
Manolo exhibió un interés temprano por los efectos especiales y por el cine, en concreto las películas con efectos especiales, a los que él llamó siempre efectos secundarios. De este modo se hizo especialista en la materia y hasta montó su propio estudio: "Manolo. Efectos Secundarios", que tuvo colosal predicamento en el género negro, así como en las películas de arte y ensayo de los años sesenta (pares).
Como el cine norteamericano rechazó de plano sus ocurrencias (de Hollywood le llegó un paquete con excrementos y restos de vómito, junto a una carta explicativa), Manolo tiró la toalla y se dedicó ya en exclusiva a esto de la confesión, que no es que dé para comer caliente todos los días, pero te enteras de muchas cosas.
Más tarde se empachó de medicinas, que le provocaron gran cantidad de efectos especiales, algunos especialmente graves a la altura del periné, junto a otras en un peroné, que no es lo mismo ni de lejos.
En el próximo capítulo:
Retromarcia
© Jorge Silva 2005
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