Todo sin cocinar, así como ha venido de la huerta, del monte o el secano, de la mar o la montaña. Estoy comiendo sólo cosas crudas. Las alcachofas he pedido que me las pasen un poco por la plancha porque se me estaban poniendo los ojos rasgados y rojos, y eso en un señor como Louis Schweitzer queda fatal.
Lo que se oye al fondo es el ronroneo de mi fiel Simca Rallye. Voy a contratar a Ross Brawn para se encargue del engrase. Va a ser difícil conseguir sus servicios, pero hay pocas cosas imposibles en un sueño. Como no las hay, voy a reorganizar por completo nuestro equipo de ingeniería y voy a emborrachar al presidente de la FIA para que me haga caso y entre los dos hagamos una reglamentación como es debido.
En el futuro habrá equipos privados en la Fórmula 1, que se van a nutrir de fabricantes artesanos. Mosley, que fue uno de los creadores de March, sabrá sin duda de qué le estoy hablando. Como ya es suficientemente rico, no tendrá inconveniente en dejar en la cuneta a los barones del cachondeo este, que ya está bien, y llamar entre vivas a la reina a Eric Broadley y otros como él. Prescindiendo de los Ecclestones, Briatores y Dennises del circo, Max va a dejar de ganar mucho dinero y eso tengo que compensárselo en pintas. Entre ambos diseñaremos un plan de supervivencia para Jordan, en la medida de lo posible sin que medie conversación con su dueño, o en último caso habremos de tener buen cuidado para que Eddie no nos ponga un rejón en alguna parte, de esos que llevan anestesia para el pinchazo y ponzoña para después. Pero está decidido. Mañana hablo con Minardi, le compro su parte a Stoddard, refundo y saldo las deudas, o las aplazo, ya veremos, y empezamos desde cero. No será por falta de euros ni no damos cumplida respuesta a nuestro afán. Antes de todo eso habrá que saber de quién es Minardi, quién o qué paga su presencia entre nosotros. «Nosotros». Suena bien eso.
Qué bonito panorama. En Renault vamos a fabricar motores de cliente. ¿Nissault? ¿Ressan? Cualquier cosa menos Mugen, que recuerda demasiado a «ladran», «balan» o «croan». Aún no tengo claro cómo prefiero que se llamen nuestros motores V8 de dos litros y pico, que son los que se van a utilizar en la nueva Fórmula 1, y no entremos en detalles porque me molesta sobremanera que la ocurrencia no haya sido mía. Vamos a dejar que Ford, Toyota, Honda, Hart, Cosworth, DAP, BMW, Judd, Mugen, BRM, Mader, McCulloch, KTR y quienes quieran entrar en este divertido juego fabriquen también motores accesibles para uso público, o los preparen a partir de bloques ya existentes. Ferrari y Mercedes-Benz de momento no, que ahora les toca indemnizar al circo con una temporadita de secano. A mitad de calendario les abrimos la puerta, inesperadamente, para que no tengan tiempo de reacción, y a otra cosa mariposa.
De los chasis se puede encargar cualquiera. En Inglaterra, Japón o Alemania, y por supuesto en Francia, tenemos todo lo necesario para construir buenos chasis de cliente. Por qué no en España, si es que somos capaces de esquivar la buena voluntad de Enrique Scalabroni. No habrá limitaciones, más allá de las necesarias para velar por una práctica deportiva segura, pero sin tampoco exagerar, que si afeitamos del todo los cuernos de los toros aquí corre cualquiera, y no es eso.
La Fórmula 1 quedará abierta a equipos privados y patrocinadores con ganas de echarse carreras entre sí, y a multinacionales como la mía, cuya voluntad represento y empeño aquí mismo en aceptar la única ley de un presupuesto máximo. Más de uno me va a decir, lo sé, que la ley de un presupuesto máximo es una tontería, que tiro piedras contra el tejado de las grandes empresas del automóvil y que me voy a cargar el espectáculo. Uno: no creo que pueda hacerse mucho más para cargarse el espectáculo. Dos: los únicos que pueden quejarse del presupuesto máximo no son las grandes empresas del automóvil: son los figurones que pululan por la Fórmula 1 sin que nadie sepa a qué se dedican exactamente. Tres: cuando Ron Dennis cambiaba los piñones de aquellas Hewland FG200 con las manos llenas de grasa y los pies hundidos en el barro, la Fórmula 1 era tan competitiva y tan hi-tech como ahora, pero costaba mil quinientas veces menos. O sea que lo que sobra son moscones.
A cambio de cinco actrices de moda, tres duques, ocho principales, un par de artistas engreídos, treinta y seis modelos top y cuatrocientos mercachifles paseándose por la parrilla de salida con sombrilla esponsorizada —que todos ellos y los demás tendrán que buscarse los garbanzos en otro pesebre—, ahora los pilotos van a tener que vendarse otra vez la mano derecha, porque los cambios secuenciales electro-hidráulicos y el resto de mariconadas de los últimos quince años se van a quedar para los vídeo-juegos, que es donde mejor están. Palanquita dura, pedal de embrague como para gimnasia, barras estabilizadoras regulables a mano, todo el efecto suelo y la aerodinámica que la asociación de pilotos consienta, y electrónica la justa (la del encendido y la inyección, mayormente, que no estamos para platinos ni carburatas). Los que anden nostálgicos de la telemetría y el contacto de radio, siempre pueden recurrir a una megafonía fuerte o mismamente a la telepatía.
Neumáticos: sinceramente, para que hagan negocio dos grandes empresas como la nuestra, mejor lo hacemos nosotros. También está decidido: habrá ruedas lisas, que las ranuras son un factor de desgaste sin contrapartida… Aunque noto que algo se me queda en el tintero y de ahí que me estruje las meninges para evitar que Luis Villamil, vía Jesús Collazos, me ponga todos los puntos sobre sus respectivas íes, que al final suele tener razón. Menos mal que todo esto es un sueño.
¡Acabo de caer!, el verdadero negocio, y allí donde precisamente el espectáculo se va por las ingles, son los repostajes. A partir de ahora, quien quiera hacer paradas en los boxes, que las haga. Pero que sepa dos cosas. La primera, que sólo cuatro mecánicos podrán atender simultámente a un mismo coche. Y la segunda, que cada parada tendrá una penalización automática, paralela e inapelable de un minutito; ochenta segundos si hay cambio de neumáticos. Conviene que se pare a repostar, más que nada porque un monoplaza de estos, ligero como un ave ligera, es más seguro transportando noventa litros de gasolina que doscientos y pico, pero me parece que ya está bien de permitir neumáticos siderales, de precio prohibitivo, diseñados siempre al filo mismo de lo que es prudente para la seguridad y cuyo desarrollo es completamente ajeno a nuestra actividad.
A lo mejor sería bueno invitar otra vez a Goodyear a compartir nuestra mesa, pues gestionó muy bien con Michelin su mutua rivalidad en aquellos tiempos feroces de los «wing-car», con coches más pesados, mayor factor de carga y al principio sin paradas en boxes. Digo de sopetón Goodyear, pero en la invitación caben otras marcas de neumáticos, todas para ser más exactos. Es probable, no obstante, que ninguna de ellas esté interesada en competir un escalón por debajo del oligopolio. Aunque esto es la Fórmula 1, queridos, y aquí está vuestro negocio.
Creo que estoy hablando groseramente, para nada como debería y podría hacerlo monsieur el presidente. Pido disculpas, pero es que soy incapaz de argumentar nada con la finura precisa por falta natural de buena educación, y además no hablo una palabra de francés, ni en privado ni en sueños.
De momento he pensado contratar los servicios de Jean-Jacques His, Tony Southgate, Robin Herd, Brian Hart, John Judd, Gordon Murray, Mike Gascoyne y Heini Mader. Y Alain Prost, y Alan Parsons, si quieren. Ancianos al poder. Está bien, si quieren también pueden venir John Barnard, Gustav Brunner y los demás. Emilio Villota de comentarista, Joan Viladelprat de gurú, Gigi Corbetta recabando chascarrillos por los boxes, Teddy Mayer haciendo de Ross Brawn y éste repitiendo el bachillerato… Adrian Newey me molesta un poco, pero como anda de capa caída, igual que Patrick Head y Rory Byrne, puede quedarse con nosotros.
Eso sí, aquí se acabaron los salarios monegascos. Quien quiera trabajar en las carreras, aquí tiene trabajo. Quien quiera broncearse a la sombra de una cámara de televisión, ahí tiene el abismo o la prensa rosa. Vamos ahora con un buen plan para la alianza Nissan-Renault, que con lo accesorio siempre andamos quitando tiempo a lo esencial. Ya veo los titulares.
En el próximo capítulo: A ver si va a ser que me estoy despertando
© Jorge Silva 2004. |