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  Simca Rallye:
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Simca Rallye: el viaje. Capítulo 13 05-09-2003
  Jorge Silva

Talleres Semprún debe a la Seguridad Social las cotizaciones de los últimos diecisiete años. No sabíamos eso. El acuerdo está en marcha de todos modos. Ya hemos firmado, pues sólo a los temerosos se les antoja obstáculo un detallito de tan insignificante tamaño. Las relaciones empresariales de hoy son dinámicas, más que nunca. Si un país mueve el culo es que marcha. No es que baile o que le escueza la entrepierna, es que funciona de veras, es que va bien, es que va realmente bien. Pero váyase, señor Semprún abuelo. Quédense si usted quiere sus hijos y nietos mayores. Esto es un mundo muy dinámico, pero conviene que permanezcamos muy dinámicos hasta que prescriba el incidente contable. Por lo que más quiera váyase, pero sobre todo cállese, de forma dinámica.

Pasemos por alto lo de la maquinaria embargada, lo de la cizalla rota y lo del grupo de soldadura (la cizalla es nuestra, el grupo de soldadura, que también lo es, da calambre y no sólo eso: provoca soldaduras universales, absolutas, uniones sin la menor intención, cuando no abre tremendos agujeros, cosa que debemos revisar desde luego). Para qué hablar de la cartera de clientes, dividida hoy, como acabamos de saber, entre quienes reniegan de sus visitas pasadas a Talleres Semprún y quienes tienen pensado atentar por las bravas contra cualquiera que se parezca físicamente al mecánico de Talleres Semprún que un día prometió arreglar un problemita sin importancia, con el desarrollo posterior que cabe imaginar. Para qué preocuparse ahora por el pasado. Sin duda esto es un negocio de cuerpo entero, un el dorado sin vuelta atrás. Mas pongámosle collar al perro.

Dejemos para más adelante el vencimiento del traspaso del local y la opción de un buen lisin para renovar todo el material. No por nada, si vamos a lo concreto. Si pagamos trece millones de pesetas antes de quince días (en las transacciones inmobiliarias no se maneja el euro, por vulgar, por poco dinámico, aunque las unidades de tiempo sean netas e inmutables, futuristas si se quiere) podremos quedarnos con el local pagando la bagatela de 3.200 euros de alquiler mensual. Mejor un año por adelantado, y eso a mí me parece hasta bien, para qué voy a deciros otra cosa: el mundo de la empresa evoluciona deprisa. Siempre es preferible pensar con criterio de pasado mañana que confiarse a métodos de otro tiempo, un tiempo ajeno al nuestro. Dinero llama a dinero, la actividad genera más y más y más e incluso más actividad, dicho ello con el énfasis de un Díaz-Ruiz eufórico. Cuando algo se mueve es que se mueve algo. La fe mueve montañas. Más vale pájaro en mano que una oportunidad volando. Quien a mal árbol se arrima pierde pan y pierde perro. Penas imaginarias para qué, si ante nosotros late toda entera la realidad. Y así sucesivamente.

Ahora sólo nos queda visitar algunos bancos. Tras la primera entrevista, de riguroso paisano, habrá que hacer una segunda ronda, ya completamente de «sport» también riguroso. Como ninguno tenemos traje, que es el uniforme dispensatorio de las economías menos acaudaladas, nos vemos envueltos en otro tejemaneje económico sin salida, consistente en reunir dinero para ropa. Un polo medianamente presentable cuesta un riñón. No digamos unos pantalones con cierto pedigrí, y su cinturón, que no falte, y unos buenos zapatos. Sin un riñón al hombro, cubriéndonos las piernas, sujetándonos los excesos abdominales o envolviéndonos los pies nadie nos va dar un duro. A través de procedimientos inconfesables, de los que algún día daré cuenta si ello es rigurosamente preciso, hemos conseguido de todos modos ponernos de punta en blanco. Todo nuestro empeño está volcado en que esto parezca cualquier otra cosa menos un atraco. Vamos todos en estudiada formación hacia el interventor, andares cadenciosos, improvisada seguridad en el rictus. Nos queda la duda de que el interventor sea un becario, pero para qué preguntarse más cosas de las estrictamente necesarias, en plenilunio. Salimos de la cuarta entidad de crédito con algunas promesas. Se estudiará nuestra solicitud, atendiendo al hecho de que el señor Semprún, abuelo, tiene muy buenas influencias aquí, quién sabe si depósitos, intereses o la misma cabeza del patriarca prometida a un frasco de formol. Quédese, señor Semprún, siquiera un rato. No sea tan dinámico en irse. Cuando un país marcha adelante debe hacerlo sin prisa, acompasado en todos sus miembros, a la velocidad justa: la brisa en el rostro no debe confundirnos ¿No comprende, señor mío, que estamos hechos de la misma pasta?

Seguiremos informando sobre los anhelos, ilusiones y contratiempos correspondientes. Hoy por hoy lo más que podemos adelantar es que tenemos los huesos rotos. El día a la bartola resultó ser un fraude como epítome del descanso. Aún resuenan en el paladar del equipo (¿quién estaba, del «equipo», en caída libre, además de yo mismo?) los crujidos de ramas, las onomatopeyas circundantes de una espalda que se troncha. El solo recuerdo de la jornadita de descanso no admite bromas. Estudiaré con mayor detenimiento a partir de ahora cualquier jornada y casi cualquier proyecto de descanso.

He constituido una empresa. No tengo precio como gestor. Montaré otras y habrá pocos hombres/mujeres con sagacidad suficiente para escrutar mi valía en esta tarea. Pero no me importa. Yo sé esperar. Mi valor añadido, aparte una extraordinaria capacidad para el trabajo, consiste en conocer al dedillo los entresijos del mercado. Atesoro una ventaja difícil de medir: no saben quién soy. Llegaré más lejos: no saben lo que sé y andan lejos de sospechar siquiera lo que no sé.

Mientras tanto hemos vuelto a arrancar el motor, y que me caiga patas arriba si no le hemos dado gas en todos los regímenes de funcionamiento imaginables. Dale calor, compañero, amigo, colega, maestro, hay que ver cómo templas acelerando. El radiador se muestra incompetente y el líquido gotea, pero eso no son sino detalles de menor cuantía que una pandilla de personas competentes tardará un periquete en resolver para siempre. Casi treinta litros de eurosuper y diecinueve bujías después del primer intento hemos comprobado que el consumo de aceite es casi mayor que el de gasolina. Nada de especial preocupación, en los tiempos que corren: desmontamos, rectificamos, volvemos a montar y listo. No, no se avecina un problema mayor con el bloque, los casquillos o las bielas. Esto es material francés, original y, cómo decirlo de otro modo, un material endemoniadamente dinámico. Necesitamos apenas un juego de pistones más gordos, que ya están encargados, y se terminó ¿Llegarán los pistones a tiempo? Pero sobre todo, ¿a tiempo de qué tienen que llegar? ¿Es que tenemos prisa, ahora que el mundo camina a nuestros pies?

Las incógnitas, como el entusiasmo, se multiplican. Consultado el metre de «Agapita» sobre la oferta de tapas, éste nos revela la obsesión cefalópoda hoy del propietario del establecimiento. Esta mañana el mercado de carnes ofrecía vacas enteras o por piezas, corderos exquisitos, chacinas y sus cerdos de origen ya desprovistos de forma. En el de pescados bullían peces de todo tamaño y linaje, crustáceos, bivalvos y rebozados. Pero «Agapita» ha optado por casi una única cosa. Hoy tenemos chopitos o calamares. Con salsa americana, en bullabesa, enharinados, a la plancha, con o sin perejil, asados en su jugo, fritos de mil maneras. Marinados, con más o menos sal, con o sin azúcar, en vinagre y al humo, con eneldo o alcaparras, pero ante nosotros sólo dos cosas, una elección demasiado a menudo costosa: chopitos o calamares.

En el próximo capítulo: el vértigo del acierto

© Jorge Silva 2003

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