Incluso en el espeso lodazal de mi conciencia puedo yo darme cuenta de que he errado. El Cabo San Vicente no está donde me tiene dicho Manuel de Jesús, ya capitán, quien sostiene lo siguiente: "Allá adonde te lleve el viento estará cerca, seguro, el Cabo San Vicente".
No sé qué vacunas llevará Manolo clavadas en su alma, pero su seguridad me desconcierta. Buscando, buscando, pues ayer saltó por los aires y luego implotó una biela del Simca, nos hemos topado con tierra. No queríamos ir a tierra, pero este viento extraño y racheado nos empuja siempre hacia sitios inesperados.
He bajado a ver el Simca, tras escuchar gemidos extraños en la bodega. El Simca está perdiendo su esencia mineral. Está palido, enjuto, consumido por la clorofila. Le ha brotado una zanahoria bicéfala entre los faros, a tenor de lo cual yo le he colocado unas cebolletas en el salpicadero, no vaya a ser que se malogre una vocación. Es el primer coche del mundo que emite oxígeno, eso sí, sólo durante el día. No conviene contárselo a nadie, por si lo secuestran los inquisidores de Bruselas.
Bueno, además de lo de la zahanoria está lo de la biela, pero a estas alturas yo ya no sé si conviene desembalar y embulonar una biela o sin más ponerle un puerro. O dejarlo en tres cilindros, porque un kilovatio arriba o abajo tampoco va a ser decisivo, tal y como están las cosas.
Si anteayer comimos camarones en Chipiona, eso no puede ser el Cabo San Vicente. O, si lo es, habría que llevar inmediatamente este trasto a las carreras de off-shore, o como se llame eso.
Tampoco hay nada que pueda inquietarnos. O hay mucho Poniente, cosa poco habitual por lo que sé, o es que llevamos el Levante de cara. ¿Volvemos, acaso? No sé: de momento estoy viendo a estribor Tarifa, y lo que aparece de frente, mira que vamos a embarrancar, es Baelo Claudia, o sea Bolonia. Piedras y más piedras, dirán muchos. Embarrancamos por fin, y no sólo por las piedras.
Sí, hay unas ruinas romanas, que han llevado a los puristas al proyecto de levantar toda la playa; y a otros aún más puristas al disparate de querer que el nivel del mar descienda lo suficiente como para desenterrar la ciudad entera. La ciudad original fue devastada por un terremoto y olvidada después por su escasa utilidad para seguir siendo un puente con Tánger. Hay que ver cuánto ha subido el nivel del mar en tan poco tiempo. La mar ya no es lo que era: en su tierno corazón de antaño yace un tsunami. Mare mala.
Hay muchas piedras expuestas al aire en el recinto arqueológico de Bolonia, que son las piedras que admiran con delectación inexplicable cientos de turistas. El resto (de los turistas) vienen a la zona a surfear, y con ello no molestan tampoco a nadie. Es ésta una tierra tranquila, de pinos despeinados por el viento, de nómadas confusos y locos inofensivos. Las palmeras parecen acostumbradas a todo ello, incluso al viento.
Esas piedras, las que han salido a la superficie y yacen desnudas, están ahora más gastadas que cuando las ocultaba el suelo. El precio de contemplarlas es ver cómo el Levante las desmorona. ¿Sería mejor -para ellas- que nunca hubieran sido halladas? ¿Sería mejor que nadie mire de cerca "El jardín de las delicias" para no arruinarlo con el vaho, los ácidos bucales y el anhídrido carbónico? ¿Estarán mejor la finca y el latifundio, plagados de liebres verdaderas y robles sanos, sin la visita de los pobres? Probablemente sea preferible que la verdad permanezca sellada, en todos los órdenes de la verdad, de los recuerdos y las piedras, dicho lo cual paso a la observación siguiente.
Con la gran duna al fondo, veo vacas. Rebaños enteros rumian y reposan refrescándose al borde mismo del agua, donde hace treinta y tantos años apareció una serpiente colosal, donde descansaban hasta hace unos días mis recuerdos. Vámonos de una vez a Portugal, o por lo menos a la bahía de Cádiz, que allí también tengo recuerdos, aunque no diré ya nada sobre ellos. Porque no daremos con la bahía de Cádiz, no por otra cosa.
En el próximo capítulo:
Un marsupial llamado Duncan
© Jorge Silva 2005
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