En este barco hay libros, aunque yo no sé quién habrá podido traerlos. La verdad es que no sé cuántos viven en este barco, o a costa de él. Me preocupa la supervivencia, de ahí que me fastidien sobremanera los indolentes que vienen a remolque, y casi me consta que pueden ser varios. No soy tacaño, sólo estoy hasta la comisura.
Navegamos a toda pastilla, me parece, y yo como capitán debería saber si es a toda vela o a toda máquina, pero levemente se me escapa. Un run-run sí que hay, pero no sé deciros. Como hay libros, me he dado a leer. Conste que son libros muy raros: «La contracción del tiempo», «La odisea», «Nana para Mandy», «Matemáticas para todos», «Los abúlicos del valle fértil», «Prontuario de cristalización isosalina», «La entreplanta», «Moldeo y curado de preimpregnados con base de grafito», «Subidón de adrenalina por la gloria de tu abuela», etcétera.
He leído con gran trabajo, en alemán, que fue mi idioma natural, un par de capítulos de un libro pesadísimo sobre qué pasa cuando embebemos una tela de fibra de carbono en resina epoxy, marcando previamente la dirección de sus hilos principales, y después la prensamos con saña, bajo una rígida supervisión del grado de humedad y la temperatura. Sin entrar en detalles, debo decir, como deduzco, que pasan cosas horribles cuando así se procede. El resultado al parecer es hermoso: delgadísimas planchas negras y sólo algo aromáticas, con la consistencia del regaliz, que se prestan a la filigrana hecha molde. Por lo que ahí se dice sobre la consistencia definitiva de la pieza curada a presión y temperatura, ambos muy altos, eso debe ser la pera. Seguiremos entrando en detalles sobre los dichosos «pre-impregnados».
¿Qué hacemos ahora con el relato marinero? El motor (nuevo) del Simca Rallye (viejo) ruge a su ritmillo, un ritmo flojo que le hemos puesto para no fastidiar ya del todo los palieres. He de informaros sobre lo siguiente, aunque ahora no tengo todo el tiempo del mundo: al final de los palieres, en los mismos bujes, hemos encastrado unas cajas de desmultiplicación, de fabricación italiana, a ver si va a ser un mal asunto, que se enchufan o desenchufan a unos ejes, al término de los cuales hay dos hélices (estopa, alquitrán, juntas tóricas marca Hércules, cojinetes inoxidables, etc., todo está contemplado). Os podéis imaginar que cuando falla el viento, como es ahora el caso, las hélices mueven algo de agua hacia atrás, mientras nosotros le decimos adiós y nos desplazamos en sentido contrario. Luego está el timón.
A costa de dar muchas vueltas por no sabemos qué parte del Mediterráneo y siendo necesario cambiarle un par de veces los rodamientos a la brújula, hemos invertido las dos primeras semanas en dilucidar si Fermín, un mecánico de última hora, montó del derecho o del revés el sistema de gobierno, sin que hasta ahora hayamos llegado a la menor conclusión: toda la rueda a la izquierda, barco a la izquierda; toda la rueda a la derecha, barco a su aire a la izquierda, luego un poco a la derecha, a la derecha del todo, pero no, a la izquierda por fin. Por el contrario, si rueda a la derecha, barco un rato a la deriva, barco luego en rumbo fiel a la caña y poco después barco a la deriva de nuevo. Cáspita de derrota. Así no hay quien mantenga el rumbo, un rumbo. Pero como las embarcaciones y los rumbos son un poco como el carácter de las personas, le hemos ido cogiendo el tranquillo. No se descarta volver a vela, no se descarta morir ahogados, ni encontrarnos de repente en Madagascar, aquí no se descarta nada.
Cualquiera podría replicar ahora que en el futuro esto va a ser un ladrillo. Mas puede equivocarse, incluso de medio a medio. Si queréis lo ponemos en cámara rápida y volvemos a tierra, pero yo que vosotros me lo pensaba pues estamos a unos cientos de zancadas de la costa, que en marinería se llamará de algún modo, no lo dudo, y menos ahora.
Por lo pronto ayer se nos subió una sirena al barco. Iba fumando y llevaba un escapulario con la foto de un santo (dos ángeles rollizos y la primera esposa de Rubens lo sostenían en vilo; debajo ponía «S.C. Montoro»). No parecía, la sirena, interesada en nuestra música (los discos y cintas están cubiertos de sal, inútiles, salvo unas habaneras cantadas en serbocroata verdaderamente insoportables) y casi se le salen los ojos de ira cuando Miguelín le puso delante una fuente de plástico con comida de gato, tras de lo cual nos ha enseñado un dedo anular, se ha dado media vuelta como los buceadores de la Guardia Civil y se ha ido al agua, con la mala pata, o la mala cola, de ir a parar sobre una de las hélices. Qué destrozo.
En definitiva es como si hubiéramos atropellado un pez con pinta de mujer, un perro con aleta caudal o una señora con cara de pescadilla. Paramos inmediatamente el Simca, aunque éste ha tardado unos nudos en darse cuenta del cariz de la maniobra. La merluza humana muda nos ha dado mucho que pensar todo el tiempo. Su cadáver desmadejado en el agua, allí a lo lejos, componía un espectáculo tremendo. Entre otras vísceras exangües emergieron lentamente varios décimos de lotería de Navidad que nos apresuramos a cotejar con ayuda de la emisora, mientras había emisora: ninguno estaba premiado ni tenía la menor pedrea, dato concluyente que nos sumió a todos en la constancia de cierta falta de liquidez, así como en un silencio con pinta de definitivo. A lo mejor por eso navegamos en círculo y ya nos da igual el Cabo de Gata que las Azores, esto suponiendo que acertáramos a pasar por el Estrecho. Pero no quiero adelantar acontecimientos.
En el próximo capítulo: más interferencias
© Jorge Silva 2004. |