Nada se sabe de la pieza en cuestión. Estoy empezando a pensar que es sólo una quimera, un ardid del mecánico y el conductor de la grúa (hay que ver qué recorrido) para tenerme aquí cautivo, pagando estancia y almacenaje. ¿O seré una persona retorcida, capaz yo mismo de las peores felonías?
Sí, acabo de confirmar que mis sospechas estaban infundadas. Soy malo y perverso. He hablado con una persona de Madrid, no voy a decir su nombre pero empieza por «J», y ésta me confirma que su compañero de despacho, que está en un balneario de Perpiñán (¿hay balnearios en Perpiñán? ¿he sido engañado? No empecemos otra vez), ya ha alertado al jefe de almacén de un taller artesano en Nimes para que a través de un niño que viene solo en autobús, pero lo espera su abuela, consigamos repatriar el pedido. En realidad es la hoja de pedido lo que se ha extraviado, un albarán expedido en Albacete por un párroco de bien muy amigo del primero, aquel cuyo nombre empieza por «J». Cuando recuperemos el papelito, o cuando no lo recuperemos, reemprenderemos acaso el plan de sospechas.
He dormido fatal. Me consta que la dueña de la pensión ha permutado mi cama con la un colombiano rubio recién llegado, un hombre que (lo creo sólo yo, no me hagáis mucho caso) oculta su desdicha tras unos ademanes exquisitos. No tengo nada en su contra. Los niños y niñas, hombres y mujeres de cualquier nacionalidad, autonomía, raza, equipo de squash y credo me son todos bienvenidos siempre y cuando no me toquen el trombón a contrapelo. Pero es que mi cama era mucho más anatómica, sedosa y amplia. A los hechos: he dormido un poco mal y como consecuencia de ello me he levantado de golpe, aún de noche, en busca de alguna noticia, buena o mala.
Caminaba de mala gana, ora dando patadas a las piedras, ora tropezando con el suelo al intentarlo, cuando ha aparecido una pastorcilla. Dice que viene de Santander, que se hirió con una espina en un muslo (no me atrevo a confirmar tal cosa) y que su rebaño se ha ido desperdigando con tanta mayor intensidad cuanto más corría ella tras las ovejas. Anteayer le quedaba una, y ayer la tenía localizada, pero hoy no tiene ya ovejas que llevarse a las mientes. Yo he tratado de explicarle que en realidad se ha librado de un problema, pero me asaltan las mismas dudas que a ella: lo extraño e incómodo de su vestimenta (de pastorcilla), la molestia de esa espina clavada. Mientras dilucido en qué otro lugar de su carne me gustaría verme obligado a buscar una espina clavada, me despido cordialmente de vosotros.
En el próximo capítulo: Uña y carne
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