En resumidas cuentas, ni barco ni Simca. Andrés y yo, que estábamos hombro con hombro, lóbulo con lóbulo (del cerebro) metidos en faena, hemos decidido administrarnos un descanso, un día libre por falta de ideas. Mañana será otro día. Nous recapitulons, de todos modos, no vaya a ser que nos quedemos más quietos que en «Los abúlicos del valle fértil», no ya por la intensidad, que era mucha, como por la duración del sopor.
El sindi-sindi (que así se llama la pieza, esperemos que no por simple licencia onomatopéyica) viene en camino, en un avión privado, en lo que antes se llamaba un aero-taxi pero ahora va con turbinas y sobradísimo de precio/potencia. La llamada del otro día, cuyo contenido se saldó, selló y corroboró por fin mediante burofax, provenía de Federico, un buen amigo pero un amigo lejano, de esos buenos amigos a quienes uno pierde de pronto la pista para comprobar, muchos años más tarde, que eran buenos amigos, en efecto, pero se les ve entonces mucho más viejos. Federico, cuyas primeras fotos deberán efectivamente estar ya ajadas, ha localizado en un desván propiedad de Zanini ese solomillo de la mecánica que se llama, digámoslo claramente, sindi-sindi, un apósito bimetálico que se templa sumergido en caucho natural, hay quien lo prefiere con una pizca de pimienta verde, y cuya misión es amortiguar esos tenues vaivenes, casi moleculares, que se cruzan entre los largueros posteriores del chasis y el soporte transversal trasero sobre el que se mece el motor. Sin sindi-sindi no hay confort posible, ni mecánica que aguante. Con sindi-sindi, las posibilidades de que el tal elemento se funda en seco, sin retorno posible, son enormes. Ni contigo ni sin ti. Difícil equilibrio ¿Es cariño verdadero? Venga Newton y nos de algunas pistas.
Con el júbilo de que la pieza anhelada viene ya a nuestros brazos, mas con la pena de que no va a ser Federico quien nos la traiga en persona, nos hemos relajado en la construcción (bueno, en el diseño) del barco y, como se ha dicho un poco antes, la liturgia de la pereza ha comenzado a desplegarse. ¿Quién piensa ahora en martillos, serruchos y clavos? La carpintería de ribera será un arte noble e indispensable, pero, descartada ya la madera por el hierro (y sin desearlo me ha salido una égloga sobre esa tendencia sin explicación que es el golf), me quedo un rato en bien con la holganza. Es sólo un día o todo un día, espero.
ZZZZZZZ
El descanso cumplió, y en él ha caído la noche, y con ella la verdad desnuda: la pieza está aquí. Néstor acaba de firmar la hoja de recepción al mismo tiempo que señalaba al gerente (¿quién le habrá dicho, a ese pobre mensajero, que es el gerente?) para que con él se resolvieran los asuntos crematísticos, esos flecos secundarios de toda buena operación. Ya está desembalada. Incluso le hemos quitado ese fino papel vegetal que conserva sobre la pieza una atmósfera de cálido aceite inoxidante. Nos la pasamos de mano en mano, con delectación. Tiene un tacto estupendo. Va a funcionar, seguro. Poco tiempo, tal vez, pero va a funcionar. Cabría aquí otra morcilla sobre la percepción del tiempo o sobre el valor simbólico de la untuosidad pero ¿es realmente necesario?
Y sí, falta una tuerca. Esperemos que sólo una. La fundamental es la que nos permitiría mantener en posición esta enorme sombrilla que nos ha cedido amablemente una vecina para que podamos trabajar al aire libre; el tornillo, él solo, no es capaz de apretar y sostener lo que se nos viene encima, o no se nos viene, he aquí el suspense y quién sabe si el motivo de nuestro agotamiento nervioso. Pero hay otras tuercas que pueden faltar: hemos contado las del kit de montaje, las hemos sumado a las tuercas que ya teníamos, procedentes todas y cada una, con sus arandelas, de la herida original; hemos llegado, claro está, a una cifra. Como somos de natural incrédulos e imperfectos hemos repasado la suma, a la luz de un plano, y éste, un verdadero compendio de claves, nos ha revelado nuevas certezas. Bien: dividido ese resultado final por 9,81 obtendremos una constante. Bastará multiplicar la gradación de cada problema (1 bien, 2 vale, 3 bueno, 4 bueeeeno, 5 yastabién, 6 mira que voy) por esa constante para saber con poca probabilidad de error qué podemos esperar del futuro.
Concreción poca, lo sé, y lo lamento. Pero vaya tela que trae el futuro, si tela en verdad, y de la misma, es este mísero retalillo.
En el próximo capítulo: La primera impresión |