Nadie Rodríguez es un sujeto de cuidado. No habla, no tirita si hace frío, no se guarece, no parece nadie, realmente. Vamos a hacer como que no es un célebre incrustador de huesos, porque explicar esa habilidad nos llevaría aún más tiempo que comentar cosas sobre el curado de fibras de carbono impregnadas de resina. Rodríguez no habla y por lo tanto no hay nada que decir ¿Importan ahora acaso su complexión, sus hábitos alimenticios (que a cualquiera horrorizarían), o el color de su piel?
El día terminó pronto y muy raro. La visión tan cercana de un naufragio no es como para seguir tan ancho tomando la sopa. Se nos cortó la sopa, pero también el sólido y el postre. De estar apaisados, cambembos y orondos pasamos a estar tan verticales como si El Greco. Tensos como escota con apuros. Aún así decidimos dormir, como se pudiera, dejando vigías en cubierta y aviados elementos de sobra para que éstos, en caso de necesidad, tuvieran la oportunidad de defenderse. No hablo de simples tiburones. Hablo de cientos de millones de toneladas de agua de mar moviéndose quién sabe con arreglo a qué, debajo mismo de nuestros estómagos.
Anoche estaba tan mermado por la inmensidad del océano, tan reducido a cacas de pollo, que en lugar de ponerme a leer renuncié a la vida y me quedé dormido. Un ángel con forma de tronco, alas incluidas. Dormí y dormí, a pierna suelta; soñé y soñé, profundamente. Soñé mucho, y os advierto que el sueño central —del que arrancaron a lo largo de la noche otros sueños subsidiarios que os ahorro— duró mucho. Os ruego paciencia, mientras yo mismo ejercito la paciencia: navegamos en redondo, o en cuadrado, por no sé qué parte del Mediterráneo. Necesito creer que es el Mediterráneo.
Se me llevó de bruces la noche, y supe de Morfeo por una secretaria branquiada que éste tiene a su servicio. De no ser por esta señorita submarina me habría quedado sin una foto con Morfeo, para qué más detalles. Trataba yo de mantener una plática ordenada con aquellos extraños interlocutores, pero no era capaz, y a cada paso menos. Tengo entendido que eso es lo que se nota cuando te inyectan no sé qué droga en las venas, con la intención de que dejes de sentir/padecer. Yo no tenía la menor intención de dejar de sentir pero lo cierto es que me puse a pensar en voz baja.
Como no uso gafas, aunque debería, me llamó mucho la atención tener delante de los ojos unos cristales relucientes, enmarcados en un arco rarísimo. Las gafas de Louis Schweitzer. ¿Pero qué hacía yo detrás de las gafas de Louis Schweitzer? El sueño empezaba así: yo era Louis Schweitzer, y por lo tanto tenía que acostumbrarme.
Una vez acostumbrado, lo que entrañó dificultades inimaginables, tomé conciencia de que podía hacer cualquier cosa: dejarme caer por una reunión campestre de pares de Francia o aún mejor poner Wall Street patas arriba. Estaba la mar de bien el papel de Julio César, sobre todo si las cuadrigas hacían ruido. Así lo consideré, sin tampoco dejarme rendir por la prisa.
Supuse que Louis Schweitzer disfrutaría haciendo crujir nueces silvestres entre sus nudillos, y por eso abrí nueces a diestro y siniestro durante minuto y medio o más. Creo que eran nueces, pero ahora que me lo pregunto descubro que no hace al caso si eran nueces o avellanas. Malditos detalles: todo el mundo quiere ofrecer los detalles, y éstos importan siempre tan poco. Lo cierto es que podía crear nueces desde el vacío, y romper su cáscara sin el menor esfuerzo.
Como el papel de creador no me satisfacía, cosa que supe a los setenta segundos de romper nueces, decidí intervenir un poco más a fondo. A tal efecto se me ocurrió un plan. Un plan financiero, una cosa de futuro, una apuesta a lo bruto, de ésta me dan el Tío Gilito de las Artes Fiduciarias.
Como el plan en cuestión es a medio plazo, no me queda más remedio que ir articulando sus ramas mientras pienso en otras cosillas. Una de estas cosas menores es intervenir con mano firme en el equipo Renault de Fórmula 1, ése en el que corre un piloto español y en el que se halla enquistado un corredor de bolsa con melenita platino, un tontolhaba abrasado por la crema de zanahoria. Como primera medida he pensado echarlos a todos.
Más tarde, atendiendo a millones de ruegos y consejos al oidito, tal vez vaya subiendo el pulgar con alguno. Fernandito Alonso puede quedarse, si quiere. Para que quiera necesito, eso sí, el mejor personal, el mejor chasis, el motor más potente y fiable que podamos construir con los medios que tenemos, y me informan de que tenemos muchos. Sería bonito tener un español campeón del mundo a mis órdenes, pero si decide ponerse a las órdenes de otro, tiene todo mi respaldo de compatriota. Si pone su dinero en Andorra o Suiza, igual le doy una vuelta al aprecio que me merece.
Creo que estoy dormido y soñando. Más nos vale a todos, cielo santo. Si he ahogarme mejor en silencio. Mientras tanto navegamos. No hemos dejado de navegar, creo. Y sin topar con nada, pese a la que está cayendo ¿Será invierno?
En el próximo capítulo: Fórmula 1, por qué no
© Jorge Silva 2004. |