¿No os lo decía yo? Mi prestigio de empresario se ha extendido como la pólvora, siempre de costa a costa, o por la costa. Un emprendedor de Puerto Real, Cádiz, ha comprendido la realidad y como un suspiro me ha hecho llamar a sus oficinas, para una entrevista inmediata.
Lo de «inmediata» me lo acabo de inventar por pura conveniencia, pues tampoco parece que el asunto se preste a excesiva prisa. A él le conviene que nos veamos la semana que viene, o la siguiente, o uno de estos meses. No me pone pegas si tenemos que vernos incluso dentro de dos años, el caso es que nos veamos, que tengamos un intercambio de puntos de vista. Este vértice de los negocios, este mascarón de proa de todo un emporio de empeños y propuestas no es una persona cualquiera, ni un empresario del montón. Es el actual gestor de una escisión familiar creada a partir de la insigne empresa nacional Bazán, fabricante de buques. Sus suegros lo dejaron con lo puesto pero él sigue y sigue con ello, el hierro, los grandes motores, la propulsión en el agua, el transporte por mar, los paquebotes. Sin duda ha oído hablar de mi barco, de nuestro barco, pero no, acabo de repasar aquí mismo su fax, que recojo como buenamente puedo en papel térmico, y me parece que no le ha llamado la atención el barco sino nuestra súbita asociación con Talleres Semprún, de Cadaqués.
No se entienden del todo bien los formulismos que rematan su mensaje, pero él parece satisfecho. Debe estarlo, pues ha tomado las riendas de unos astilleros de renombre y sus antepasados debieron estar satisfechos también, pues no contentos con construir petroleros se enfrascaron en tareas aún mayores, aunque esto no lo dice, o no lo explica, a saber cuán mayores eran las tales tareas, considerando siempre que caber en el mar cabía todo el producto de sus cavilaciones ¿Naves espaciales, super-reactores nucleares? Mañana mismo me voy a la biblioteca municipal, que hay que ver por otra parte lo agradable que es la encargada, y me informo un poco más sobre centrales nucleares y estaciones orbitales, así para empezar, no todo de golpe el primer día.
Me molesta sobremanera haber perdido el diario de ruta de este día. Lo escribí y grabé en la máquina oportuna, pero al parecer el registro de voz falló. Casi nada es perfecto, ni siquiera el soporte magnético, con lo que ha dado de sí todo eso en el siglo veinte. No puedo ofrecer demasiados datos. Me quedan todas las sensaciones pero me duelen.
Una visita a Puerto Real, marismoso, entrañable y pretérito, siempre a medio camino de cualquier viaje, me apetece más que muchas otra cosas. Lo necesito de forma vital, tal vez porque estoy casi muerto. El Puerto Real de acampadas y escarabajos, de retornos con la piel salada y la cabeza llena de proyectos, del murmullo de otro Simca, del calor de mi familia. Ay, carajo, quién pillara siquiera un trocito de aquello. El tiempo todo lo digiere. Nos queda de quienes se han ido lo que dejaron, y si es mucho a uno le entra un complejo grande, bien que compatible con la vida que nos queda por vivir. John Patitucci lo explica bastante bien sin palabras, a soplidos de contrabajo eléctrico.
La empresa nos llama. Vamos para allá con lo puesto, aunque mejor mirado dejemos el margen necesario. Todo se andará. Si este señor no tiene prisa en verme no seré yo quien pierda el culo para reunirme con él a cualquier precio, siendo tantos, tan diversos y tan altos los precios que pagaría sin pensarlo para vivir el Puerto Real que ya no es posible.
En el próximo capítulo: La Era del frío
© Jorge Silva 2003
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