He probado el T-Roc Cabrio con el motor de 150 CV, el cambio automático y el nivel de equipamiento R-Line que conlleva una suspensión más firme. Esta versión proporciona un confort razonable, buena estabilidad en carretera de curvas y unas prestaciones que, sin ser sobresalientes, tampoco resultan escasas para viajar.
Por las sensaciones que he tenido con esta versión, creo muy probable que la de 116 CV resulte escasa para circular con agilidad en zonas con desniveles grandes o en trayectos en los que haya que hacer adelantamientos con frecuencia. Yo recomendaría el menos potente para quien vaya hacer uso del coche en zonas urbanas o desplazarse ocasionalmente por autovía.
La suspensión no es incómoda, pero tiene un ajuste más bien firme. Si lo que se busca es un coche eminentemente cómodo, seguro que el nivel de equipamiento Style es más adecuado. Con esta suspensión y los neumáticos de medidas 225/40 en llanta de 19 pulgadas, el T-Roc Cabrio fluye bien en carreteras sinuosas, con poco balanceo de la carrocería y siguiendo sin problemas la trayectoria que se marca con el volante.
Con el techo de lona colocado, es más ruidoso que un T-Roc. La capota proporciona un aislamiento acústico normal y, en ocasiones, algunos ruidos que proceden de la zona trasera se oyen como si alguna ventanilla de esa parte del coche estuviese sin cerrar. Los cristales laterales ajustan bien contra la capota de lona y no dejan que entre el agua durante los lavados con lanzas a presión; la ventanilla de la capota también es de cristal y tiene resistencia térmica para evitar su empañamiento.
Viajar descapotado, al menos con temperaturas cálidas que es cómo hemos probado el T-Roc Cabrio, es un placer por lo bien que se va protegido del aire. Este no golpea la frente —ni aunque se mida casi dos metros de estatura— y la ausencia de turbulencias permite hablar con el acompañante sin tener que gritarse.
Todo lo anterior es aplicable a las plazas delanteras, con las ventanillas subidas y el deflector trasero colocado. Si se quita este elemento aerodinámico, aparece un reflujo de aire que agita el pelo (a quien lo tenga) y aumenta el ruido. Ir con las ventanillas bajadas solo tiene sentido a poca velocidad, no en carretera. En las plazas traseras ocurre lo mismo que en cualquier otro descapotable: fuera de un entorno urbano, es molesto por la cantidad de aire que llega.
El mayor peso de la versión descapotable (hay 194 kg de diferencia) se nota por la mayor pereza que muestra el T-Roc Cabrio al ganar velocidad. Una muestra es el segundo adicional que emplea para pasar de 80 a 120 km/h comparado con el T-Roc con el mismo motor de 150 CV (7,2 segundos frente a 6,2); en este caso la diferencia de peso es algo mayor (210 kg), dado que el Cabrio tiene la caja automática DSG y el normal, la manual (ficha comparativa).
El consumo también se ve afectado. El homologado un 3 por ciento (ficha comparativa); el que medimos nosotros en el trayecto comparativo por autovía, un 5 % (7,8 l/100 km frente a 7,4 el T-Roc con techo fijo. Durante la prueba, el ordenador indicaba consumos de entre 7 y 8,5 l/100 km combinando una conducción relajada y ágil.
El cambio automático (es DSG, de doble embrague y siete relaciones) aporta confort a la conducción. También seguridad, porque ante un imprevisto el conductor no debe preocuparse de seleccionar la marcha adecuada para ganar velocidad con la mayor inmediatez posible.
Su funcionamiento es el habitual de este cambio: maniobrar a baja velocidad no siempre es fácil porque la gestión del embrague no es todo lo suave que hace falta, pero una vez en movimiento los cambios se ejecutan con rapidez y casi de manera imperceptible. La respuesta de la caja de cambios varía según el programa de conducción seleccionado (Eco, Normal y Sport) y no ha acabado de gustarme. Salvo en el Sport, hay que hacer mucha presión sobre el acelerador para que reduzca marchas y acelere de manera digna. Esto está hecho así para beneficiar el consumo, pero a mí me ha resultado incómodo y habría agradecido que en el modo normal fuese un poco más reactivo.