Hace un par de meses Vogue, en su edición inglesa, publicaba una portada dedicada a las "supermodelos", lo que no quiere decir top models, sino modelos gordas. Para ser considerada supermodelo es necesaria una talla 42 o al menos 40, hasta ahora anatema total en el imperio de la 36. Las supermodelos pueden llegar a protagonizar campañas como la de Yves Saint Laurent (previa ligera dieta de adelgazamiento nunca confesada, pero no hay más que ver la campaña de Opium) y cumplen la función social de aminorar la distancia entre dos mundos que hasta ahora parecían irremediablemente distanciados: el de la alta costura y el de los calendarios destinados a guanteras de camiones y paredes de garaje, dicho sin ánimo de ofender sino todo lo contrario y dado el espacio temático en el que nos encontramos.
Lo de las modelos gordas ha estado muy apoyado por las periodistas de moda, hartas las pobres, de verse en las fotos -recuerdo del desfile - de Milán al lado de chicas que miden 20 centímetros más y pesan diez kilos menos y moralmente amparadas en la lucha contra la anorexia . Parecía que las cosas volvían a su cauce cuando, todas a una, acordaban una campaña contra Calista Flockhart, o sea, Ally Macbeal, la verdad bastante desmejorada, y basada en dos hechos al parecer comprobados. Uno: Ally, no hay más que verla, podría ser elegida para una campaña contra el hambre en el mundo. Dos: Ally ha adoptado un niño estas Navidades. Conclusión, Ally ha adoptado un niño para ahorrarse el embarazo y los diez o quince kilos de engorde que, como media, supone la procreación.
¿Va a ser esa pobre criatura alimentada desde su nacimiento con biberones desnatados y papillas biomanán? ¿Debería Unicef detener a Ally y enviarla al calabozo de las madres light? ¿No se ha arrepentido ya, por Dios santo, en público Sarah Ferguson de jugar con sus niñas a veo, veo, qué ves, una cosita, ¿con cuántas calorías?.... Gracias a esta decidida actuación, las cosas parecían volver a su cauce y las inglesas a su talla que, la verdad, nunca ha sido en general pequeña.
Se respiraba en general un ambiente de feliz normalidad y vuelta a la tradición. Marks and Spencer se aventuraba con un anuncio en televisión en el que una super-super-supermodelo corrriendo desnuda por el campo reclama libertad (suponemos que para seguir comiendo) y renacía la venta de Rolls Royce de segunda mano, símbolo del lujo, los verdaderos valores ingleses y el espacio, muy necesario por cierto y como es obvio, cuando se habla de supermodelos.
Nada es para siempre y los oásis calóricos están por definición destinados a desaparecer cada año en enero, pero este año la época de abstinencia por definición ha sido especialmente dolorosa. Kate Winslet, protagonista de Titanic, prototipo del somos lo que comemos y por eso yo soy más que nadie, ha anunciado en un comunicado oficial a la prensa su derrota y claudicación en forma de dieta, visto que su carrera cinemaográfica peligraba y harta de los cotilleos que atribuían el hundimiento del trasatlántico a su afición a los donuts y no al famoso iceberg.
¿Qué nos queda en estos momentos de desconcierto alimentario? Bienvenida Pérez, versión valenciana del caso Profumo y adicta a Tómbola y los trajes cóctel. Bienvenida ha inaugurado en Londres unos cursos para mujeres desorientadas pero decididas a casarse con un millonario y a los que nadie asiste, como ella misma reconoce, porque cuestan un millón de pesetas y quien tiene un millón para gastar en un curso de este tipo, evidentemente, no lo necesita. En cualquier caso, Bienvenida ofrece un consejo gratuito: Lo que importa de los hombres es su dinero, y por supuesto, esperar sexo a cambio en agradecimiento resulta una tremenda vulgaridad. Puro postfeminismo. Sólo un problema. Su marido, riquísimo por supuesto, se queja de que no le come nada.
*Pamela Parking Rolls es "corresponsal de estilo" de km77.com.
|