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Consultorio automovilístico sentimental 30-12-2005
  Blas Solo

Hay una máxima en las carreras, queridos lectores, que se podría expresar como «si fallas en una curva, sigue como si estuvieras haciendo una vuelta perfecta». La idea es que, quien comente un error en una curva y se queda pensando en él, probablemente que se equivocará también en la curva siguiente.

De los errores se puede aprender y la experiencia más amarga puede ser valiosa, si se evalúa en su momento y en su medida. Pero el sentimiento de culpa, el dolor recordado o el rencor son daño estéril. Cuántos desdichados han arruinado su vida no por lo que pasó en una curva, sino por pensar en ella vuelta tras vuelta, hasta la bandera a cuadros.

Algo así le puede ocurrir a este caballero si no toma la determinación de abolir el resentimiento. Tal es su estado de confusión, que no ha podido empuñar la pluma para dirigirse a este consultorio. Ha recurrido a su cargo para tener una entrevista conmigo y, aunque no se atreve a dejar su nombre por escrito, sí me ha autorizado a relatar los hechos tal y como él me los contó. He aquí ese relato que he titulado, poco originalmente:

Amor en el radar

Nuestra canción era «Radar love», de los holandeses Golden Earring. Un rock'n roll de carretera, ahora muy viejo. Cuenta la historia de uno que va en el coche, de noche, y siente la llamada de su chica porque tienen un «radar de amor».

Así me sentía yo. A veces iba conduciendo, también de noche y —de repente— oía en mi cabeza el mensaje «te quiero aquí». Cuando llegaba a su casa, ella se colgaba de mi cuello con una sonrisa de complicidad. Los dos sabíamos que ella me había mandado el mensaje y que yo lo había recibido.

Eso sucedió muchas veces durante los tres años en que estuvimos juntos, los tres más intensos de mi vida. Y, en esos tres años, esa noche fue la vez que más fuerte sentí el «radar de amor». Aceleré en dirección a los primeros rayos del sol, iría a ciento cuarenta cuando un tío me adelantó. Traté de seguirlo, pero no pude. Se fue alejando poco a poco y al final el tráfico de la mañana nos separó. Le perdí de vista.

Ja. Ojalá le hubiera perdido de vista. Cuando llegué a casa de ella, ese coche estaba allí aparcado. Me acerqué a la puerta confundido y sin sospechar nada. Ja ja. No tuve tiempo ni para sospechar. Lo que vi por la ventana y lo que oí a través de la puerta no me dejó lugar a duda. «Radar de amor». Ja, valiente imbécil. Radar había, pero el mensaje no era para mí.

Si ese sujeto no hubiera ido a más de ciento cuarenta yo habría llegado antes. Pero ya verán. Yo les voy a dar «radar de amor». Ja ja. En cuanto vean uno pensarán «la he cagado». Y les quitaré el carné, oh sí. Quitaré miles y miles de carnés, ja ja ja. Yo habría llegado antes. Asesino, es un asesino. Él y todos los que van a más de ciento cuarenta. Tienen el mismo respeto por la vida que un Oswald o un Manson, ja ja ja. Asesinos.

Aquí lo dejo, queridos lectores, aunque él siguió espetando disparates incoherentes entre risas nerviosas. Me costó que recuperase un poco la presencia de ánimo, para lo que se ayudó con una generosa ración de sol y sombra.

Aquellos polvos, queridos lectores, nos han traído estos lodos. Ustedes y yo, tan ajenos a la desdicha de este caballero, podemos pasar ahora por asesinos. Es mejor no pensar en ello y mantener la vista en la carretera.

Y a usted, atormentado amigo, el consejo que le brindo es el siguiente: vaya a un lugar donde no sea un problema circular a más de 140 km/h y conduzca sin mirar el velocímetro. Conduzca a gusto, ni tan despacio que le resulte difícil mantener la atención, ni tan deprisa que necesite estar tenso para llevar el ritmo del viaje.

Verá que usted adelanta a algunas personas y otras le adelantan a usted. Es imposible estadísticamente que todos los primeros sean tarados y que todos los segundos sean asesinos. Sí, hay personas que van más despacio o más rápido de lo que sería prudente. Cuente con ello y tome precauciones. Pero, en todo caso, disfrute del viaje. Como decía Jethro Tull, diviértase, no tiene sentido sentarse y odiar (cita).

Y, sobre el incidente de su pasado, la equivocación fundamental estaba en que usted creía que el radar sirve para transmitir mensajes. Ahora que ya sabe que no es así, no volvamos más sobre el asunto.

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