La religión, queridos lectores, es algo tan respetable
como todo lo que cae dentro del círculo de lo privado.
Lo que ocurre es que muchas personas se empeñan en
que su círculo privado sea un conjunto vacío.
Y, claro, no se puede ir por ahí blandiendo las creencias,
y después molestarse porque se las tocan. Vamos, poder
sí se puede, pero no de forma consecuente. Una variante
de los se envuelven en la fe son los que, si pueden, le envuelven
a usted también. Son los que tienen como objetivo hacer
prosélitos, salvar almas o castigar a los infieles;
las diferencias entre esas tres actitudes son sólo
de grado.
Ese es el problema que acucia a esta lectora, cuyo amado,
aunque bien dotado en otros órdenes, comete ese tipo
de inconsecuencia tan común. Ella, pesarosa, nos lo
cuenta en una carta titulada:
Evangelización forzosa
para mejorar la seguridad vial
Estimado señor Solo:
Mi problema, dicho de forma sucinta, es que
tengo un novio muy beato para unas cosas y muy poco para otras.
Si fuera beato para todas dejaría de ser un problema,
porque dejaría de ser novio. Pero no. Cuando está
en faena, se olvida del cielo y del infierno (de hecho, está
indistintamente arriba y abajo).
Un día, durante un intermedio, le digo
«Oye, tú no vas a llegar virgen al matrimonio
¿eso no es pecado?». «El más justo
de los justos —me dice— peca al día setenta
veces siete. Lo menos que podemos hacer nosotros es llegar
al uno por ciento de esa cifra». Y normalmente llegamos,
con los decimales redondeados.
El caso es que, volviendo yo sola una de esas
noches del uno por ciento, me quedé dormida en el coche
y me salí de la carretera. No me hice nada grave: una
fisura, moratones, cortes y eso. El coche, siniestro. En el
atestado, exceso de velocidad («si hubiera ido más
despacio, a lo mejor le habría dado tiempo a despertarse
antes de salirse de la carretera»).
Él se sintió muy culpable, no
sé por qué, y estuvo conmigo todos los días
mimándome, qué rico. Lo malo vino cuando estaba
yo mirando qué coche nuevo me podía comprar.
Él se presentó muy convencido con un sancristóbal,
de esos que se ponen en el salpicadero. Nos reímos
mucho hasta que yo me di cuenta de que no era un chiste. Estaba
empeñado en que lo pusiera.
A mí, señor Solo, la imaginería
católica me parece sencillamente repugnante. Yo creo
que soy atea por el espanto que me causaba que, encima de
la cama de mis padres, hubiera un tío clavado a unas
maderas, con una corona de espinas en la cabeza y chorreando
sangre. Lo que no me parece repugnante me parece ridículo,
como el sancristóbal ese.
— Pero vamos a ver —le dije—
¿qué será mejor, que le coloque eso en
el salpicadero o que lo pida con ESP?
— Las dos cosas. Ya se encargará San Cristóbal
de que entre en funcionamiento el ESP, o de que no haga falta.
— ¿Entonces, nadie que lleve esto tiene un accidente?
— Yo qué sé pero ¿a ti qué
mas te da llevarlo, por si acaso? Si no funciona, pues no
pasa nada, es mucho más barato que el ESP.
Un día descubro en mí coche nuevo
que me había escondido al sancristóbal en la
guantera, entre los papeles. Me enfadé con él
porque, encima, dijo que lo hizo por lo que me quiere. Me
enfadé aún más cuando, aspirando, me
volví a encontrar al sancristóbal debajo de
la alfombrilla de la derecha. Lo tiré la basura y entonces
él también se enfadó. Así estuvimos
dos o tres días; por entonces, no aguantábamos
mucho enfadados.
Ahora, en cambio, llevo un tiempo sin hablarle.
Llevé el coche al taller porque casi no andaba, y se
encontraron otro sancristóbal escondido en la caja
del filtro del aire. No se imagina la vergüenza que me
dio, ni lo que se rieron los del taller.
Yo le quiero. No me importa que se él
crea lo que le dé la gana, es cosa suya. Hasta me he
acostumbrado a las muletillas «sidiosquiere» y
«graciasadiós», que dice siempre. Pero
me da mucho miedo cuando pienso, si se pone así por
una nimiedad, cómo llegará a actuar en otras
circunstancias.
¿Hay algo que pueda hacer?
Susana Martín
Querida lectora, es difícil para mí darle un
consejo, salvo que acepte el hecho de que hay problemas que
no tienen solución. Que alguien crea que obra según
mandato divino, por ejemplo, es algo que tiene muy mal arreglo.
Muchos de los sucesos más abominables de la historia
han ocurrido, y ocurren actualmente, cuando la religión
infecta al poder civil. En Europa, la Iglesia Católica
quemó herejes mientras pudo hacerlo impunemente. Dejó
de hacerlo cuando perdió esa facultad, así que
no podemos estar seguros de que no volviera a hacerlo si pudiera.
Hoy, donde los que asumen las intenciones de dios pueden llevar
a cabo esas intenciones, se lapida a las adúlteras,
o se envía a personas al suicidio y el asesinato.
Es irrelevante cual sea dios en cuestión, o cual sea
la estructura basada en la superstición que se haya
montado a partir de él. Recuerde que, cuando Bush combatía
a Ben Laden, ambos tenían una cosa en común
(digo ideológicamente, sin contar sus negocios familiares):
estaban convencidos de que dios estaba de su parte. O, al
menos, así lo manifestaban (aquí tampoco hay
que hacer acto de fe).
Se puede convivir perfectamente con las personas que tienen
creencias religiosas, pero me parece que es muy difícil
hacerlo con quien quiere que los demás vivamos según
ellas.
Pero, como la veo a usted enamorada (no se preocupe, se le
pasará) y tampoco es cosa que se quede de repente sin
el uno por ciento, mi consejo es que pruebe lo que sugerían
Queen y David Bowie: darse una oportunidad a ustedes mismos
y dársela al amor (cita, cursi, pero apropiada).
El procedimiento que le aconsejo para ver si su amado cambia
de opinión es el siguiente: ponga el sancristóbal
en el salpicadero, y añada un buda, un tótem
arapahoe, un fetiche vudú y todo lo que encuentre por
ahí de ese género. Quizá cause cierto
sobresalto en su novio, pero razóneselo usted en los
mismos términos «Es por si acaso. Si no funciona,
pues no pasa nada, es mucho más barato que el ESP».
Cuando todavía no se haya repuesto su novio de ese
giro místico, rápese la cabeza y cómprese
una túnica. De esa guisa, lléveselo a un viaje
de unos 500 km, con un disco que repita continuamente el Hare
Krishna maha-mantra. Mejor si usted acompaña al disco
con cánticos y una carraca de esas de los del Hare
Krishna (de momento, no está perseguido conducir y
tocar la carraca).
Al cabo de ese tratamiento, pueden pasar tres cosas: una,
su novio se hace del Hare Krishna; no pasa nada porque ya
lo dábamos por perdido. Dos, su novio la denuncia a
las autoridades eclesiásticas para que la excomulguen;
tampoco pasa nada, dejará usted de figurar en las estadísticas
como católica. Tres, su novio empieza contener para
sí sus impulsos supersticiosos; usted, tan contenta.
En cualquiera de los casos, fíjese en algo que dice
aquella canción de Queen y Bowie, que no conviene perder
de vista: éste es nuestro último baile.
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