En esta ocasión, hijos míos, nos escribe una corresponsal con tribulaciones que se dan con cierta frecuencia en el género femenino y menos a menudo en el masculino.
¿Qué buscamos en el sexo opuesto (o, quien lo prefiera, en el puesto)? ¿Ese estado de idiocia pasajera que llamamos enamoramiento, producto de algún neurotransmisor desquiciado? ¿O más bien el efecto de otras glándulas que detraen de nuestro cerebro lo que conducen a nuestros órganos reproductores y aledaños?
¿Son los humores que perseguimos esencias y ambrosías imaginarias? ¿O es cruda saliva y crudo sudor?
¿Qué clase de calor queremos? ¿El que se puede leer y se puede oír? ¿O el que se muerde y se araña? Éste es su relato, que intitulo:
Por el cable de la bobina hacia el enamoramiento o hacia el ayuntamiento
Querido señor don Blas Solo:
Mi nombre es Remedios Delco, aunque en casa me llaman Remy. Le cuento lo que me pasó la semana pasada para que usted me diga qué puedo hacer.
Se estropeó mi Renault 5 y llamé a la grúa. Qué miedo pasé, todo oscuro. Tenía miedo porque no pasaba nadie y, cuando pasaba alguien, me entraba más miedo.
Qué bien aparcó la grúa delante de mi coche. Alto, con unos hombros anchos, muy moreno, un cuello para estar siempre colgada de él. Me miró a los ojos y una voz como una noche de agosto me dijo «¿Qué ha pasado?». No pude contestar porque se me olvidó lo que había pasado, pero él se metió en el coche, echó el asiento para atrás, encendió las luces, las apagó, lo fue a arrancar y dijo «Vamos a ver si hay chispa».
Abrió el motor y se reclinó sobre él. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero no sé cómo me aguanté las ganas de recostarme sobre su espalda mientras él tocaba el motor, de respirar el aire enredado en su pelo. Y qué culo, también.
«El cable de la bobina —me dijo—. Se ha ido». «Se ha ido», repetí yo melancólicamente, mientras me imaginaba abrazada a él en su grúa, mientras nos perdíamos en el horizonte para ir a buscar al cable de la bobina fugitivo.
Entró otra vez en el coche, se sentó donde yo me siento, tocó las cosas que yo toco. Y, de repente, el coche se puso en marcha. El sonido del motor jamás me había parecido tan odioso.
«Ya está». Y me sonrió, don Blas. Qué imbécil ¿No pensó que yo necesitaba más atención que el cable de la bobina?
Y se fue. Desde entonces, me paso el día leyendo cosas sobre el encendido. Ahora lo normal no es que haya una sola bobina, sino una para cada cilindro. No dan una chispa, dan una multitud de relámpagos a más de 15.000 voltios, oh tensión abrasadora. Ya no hay cables de bobina, don Blas, ya no los hay.
Querida Remy:
No sufras, que tu problema tiene una solución muy fácil. Lo único que tienes que hacer es tomar la iniciativa y decidir qué es lo que quieres del apuesto gruero.
Somos materia y movimiento, querida Remy, eso es lo que somos. Sólo puedes reparar tu R5 si abres francamente su vano, a ti te ocurre lo mismo.
Como decía Steve Winwood, si ves una oportunidad, enróscate a ella (cita). Abandona todo efugio y circunloquio. Plántate ante él, manifiéstale lo que anhelas.
Mas ¿qué anhelas? Materia y movimiento querida Remy, no lo olvides. Déjate guiar por tu mano.
El procedimiento que te recomiendo es el siguiente: acude al mismo lugar, en el mismo día y hora en que tuvo lugar el anterior encuentro, y vuelve a ponerte en contacto con el servicio de asistencia.
Cuando llegue, frente a él, deja que tu mano busque el fuego que ha encendido en ti, de una de estas dos maneras:
Alternativa primera. Pon tu mano sobre su pecho y dile:
— Yo soy la mezcla que has inflamado con tu chispa, no podrás evitar que mi calor te envuelva.
Alternativa segunda. Pon tu mano más abajo de su pecho y dile:
— ¡Vaya! ¿Se llama llave inglesa porque la guardas aquí? |