No está muy claro que el dCi haya superado al dTi, salvo en el nivel de emisiones. Realmente no es un motor nuevo, puesto que es el mismo propulsor de 1.870 cm³ con inyección directa y turbocompresor al que se le ha adaptado un sistema de conducto común que trabaja a una presión de unos 1.500 bares como máximo.
Así pues, respecto al anterior motor dTi de 98 CV, el motor dCi ha ganado 4 CV (ahora 102 CV) y tiene el mismo valor de par pero a menor régimen (200 Nm a 1.500 rpm y antes a 2.000 rpm). Ahora es ligeramente más elástico, pero lo cierto es que comienza a estirar suavemente a partir de 1.600 rpm y no apreciamos un empuje enérgico hasta que no llegamos a 2.000 vueltas, estirando hasta superar las 4.000 rpm.
No parece un motor mucho más brillante que el anterior dTi y tampoco es más silencioso ni más suave. Renault anuncia las mismos datos de prestaciones y de consumos en el motor dCi, lo cual quiere decir que la mejora no está tan clara. No obstante, en nuestras mediciones sí ha obtenido unas cifras de recuperaciones y de adelantamiento destacables frente a otros turbodiésel rivales, como el Focus TDdi o el 306 HDI. También ha sido mejor que en el Mégane con el motor 1.6 de gasolina (107 CV).
El consumo ha sido bajo; en un uso normal, con una utilización mixta, hemos medido 6,6 litros/100 km. Lejos de los 5,2 litros/100 km de consumo mixto homologado pero aún así, dentro de unos valores bajos. En la conducción más exigente posible, el Mégane dCi gasta 11 litros/100 km.
Su buena capacidad de aceleración ha quedado clara en las mediciones de adelantamiento, necesitando sólo 203 m y 277 m para adelantar desde 80 y 100 km/h respectivamente, menos metros que en el Mégane 1.6 de gasolina o en rivales como el Peugeot 306 2.0 HDi o el Ford Focus 1.8 TDdi (también algo menos potentes).