Hace unos años murió un periodista llamado Pedro Escamilla. Alguien, confundido, me dijo que quien había muerto era Rafael. Rafael había sido mi director dos veces, la primera en la revista Velocidad y la segunda en Coche Actual, donde estaba yo en aquel momento.
Cuando se aclaró el error, llamé inmediatamente a Rafael para darme el gusto de escucharle, después de haber creído que nunca más iba a poder hacerlo.
— Rafael, que he estado a punto de escribir tu necrológica.
— No eres el único, mocito. Alguno me ha llamado para preguntarme si me había muerto.
— Lo que más me jode es que ya estaba hablando bien de ti.
— Pues de momento no lo hagas. Vamos, es que ni he empezado a usar Viagra.
Hará cosa de un mes vi a una persona que se parecía físicamente a Rafael. No solo en los rasgos, también en la apostura. Siempre iba impecablemente vestido, peinado y afeitado; siempre con su morenez de señorito andaluz. Pensé «tengo que llamar a Rafael».
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