Durante la presentación internacional del Cadillac
BLS, Bryan Nesbitt —el señor que dirige ejecutivamente
el departamento de diseño de General Motors en Europa—
estuvo una media hora hablándonos del diseño de
Cadillac en general y del BLS en particular. La charla fue en
casa de un artista (lo siento, no recuerdo quién) donde
todo era moderno, vanguardista, de buen gusto y así.
No soy el público adecuado para esas charlas. A la
cuarta o quinta metáfora sobre lo que expresa una carrocería
de chapa estampada ya no puedo contener el trastorno por déficit
de atención. Eso sí, lo llevé mejor que
algún colega que se cayó del asiento durante
la charla. Debo decir en su descargo que los asientos también
eran de diseño y, si descuidabas el equilibrio, no
era difícil caerse.
El señor Nesbitt, que me pareció abierto y
afable, al final nos invitó a aclarar nuestras dudas
sobre su exposición. Me recordó cuando, en la
Universidad, el profesor de algo llamado «Epistemología
de la comunicación y análisis de la referencia»
preguntaba si teníamos alguna duda; lo que yo tenía
no eran dudas, era una ignorancia sobre aquello tan extensa
e inmaculada como un paisaje antártico.
Abandoné los recuerdos y le pregunté al señor
Nesbitt si sabía el coeficiente
Cx del BLS. En aquel momento me faltaba ese dato, pero
no tenía mucha confianza en que me lo dijera. «Si
me lo dice me entero y, si no me lo dice, podré usar
la anécdota en algo que escriba para km77.com»,
pensé.
Pues sí, me respondió cortésmente que
no lo sabía. No sé si vi o imaginé un
deje como de «los artistas no nos ocupamos de esas cosas,
buen hombre». Lo que sí certifico es que no le
produjo el menor rubor o titubeo afirmar que no lo sabía.
Él no es el responsable de que el coche tenga una
buena aerodinámica, lo sé. Lo que me choca,
y en cierta medida me entristece, es que el responsable del
diseño no se haya sentido lo suficientemente involucrado
en el proyecto como para saber si esa forma que él
ha ideado o aprobado se desliza bien en el aire. Ni siquiera
ha tenido la curiosidad de preguntarlo, ya que iba a dar una
charla en la presentación del coche.
Todo esto me vino a la cabeza dentro de un MINI, cuando le
comentaba a un compañero —también con
cierta pesadumbre— que habría sido un coche excelente
si hubieran sujetado un poco a los diseñadores.
Podemos convenir (porque datos no hay) en que una de las
razones del éxito del MINI es su aspecto. Como producto,
el MINI lanzado en 2001 no me parece mejor que un smart forfour.
Aun así, BMW ha tenido éxito donde DaimlerChrysler
fracasó; posiblemente una de las causas haya sido que
el MINI ha gustado y el smart no. Es decir, soy consciente
de que quienes han diseñado el MINI han hecho bien
su trabajo, si consideramos que su trabajo se acaba cuando
alguien compra el coche.
Si su trabajo no acaba ahí, entonces no lo han hecho
bien. Los mandos de un MINI son funcionalmente peores que
los de la mayoría de los coches de su tamaño.
Serán originales, atractivos, monos o cualquier otra
cosa pero —para conducir— ese enorme velocímetro,
esos mandos de ventilación que reproducen la forma
del escudo de MINI o esos interruptores dispersos y difíciles
de identificar son un inconveniente.
Siento esa desazón, a veces perplejidad, cuando observo
cómo prevalece la forma sobre la función, cosa
que no ocurría cuando —en el automóvil—
estaba claro que el trabajo de un diseñador industrial
era buscar la belleza dentro de los límites de lo funcional.
A diferencia de lo que ocurre en las obras artísticas
o literarias, el diseñador industrial puede crear belleza
con la función, no sólo con la forma. El artista
sólo apela a los sentidos, el diseñador industrial
puede provocar un cierto goce intelectual si bellamente resuelve
un problema o mejora un utensilio.
Un pequeño ejemplo: me gusta de mi Alfa Romeo GTV6
el retrovisor interior con forma trapezoidal que, desde la
perspectiva del conductor, coincide con la forma aparente
de la luneta. Si el espejo hubiera sido rectangular, como
ocurre normalmente, se vería más el marco de
la luneta. Con la forma que tiene, casi todo lo que aparece
en él está fuera del coche (algo difícil
en un cupé con un retrovisor grande).
No sé si ese detalle se le ocurrió a Giugiaro
(autor del diseño original del Alfetta
GT), a alguien de su equipo o ya estaba en algún
modelo anterior; en cualquier caso, me parece una pequeña
genialidad. Otro detalle brillante de Giugiaro en ese primer
diseño fue dejar los limpiaparabrisas por debajo del
nivel del capó, para que no crearan turbulencias; era
algo verdaderamente futurista en aquel momento y Alfa Romeo
lo rechazó.
Alfa Romeo se adelantó a su tiempo al rechazarlo porque
hoy esas cosas no parecen tener importancia. El actual MINI
Cooper S tiene una entrada de aire de adorno, que está
tapada y crea turbulencias; su coeficiente de penetración
es 0,36, cuando en los MINI que no tienen esa entrada es 0,33.
A lo mejor no hace ninguna falta que Bryan Nesbitt (también
autor del Chrysler PT Cruiser) sepa que el Cx del Cadillac
BLS es 0,31, cuando el del Saab 9-3 —del que deriva
el BLS— es 0,28. Quizá el Cx del BLS es 0,31
precisamente porque no se considera necesario que el diseñador
sepa esa dato.
Ahora más que nunca, la prosperidad de la humanidad
depende de que sepamos aprovechar inteligentemente los recursos.
No es buen momento para un imperio de los sentidos.
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