— Pues no lo sé muy bien. Supongo que será algo así como intentar inculcar a los niños que ciertas actitudes son negativas o peligrosas. Conducir borracho, correr mucho y cosas así.
— Y eso ¿a qué niños se lo va usted a contar? Porque no esperará que un niño de ocho o diez años entienda lo que es conducir borracho y, además, se quede con la copla hasta que cumpla los 18.
— No claro. Tendría que ser a niños más mayores.
— ¿Cómo de mayores? Porque desde los 16 o antes ya se están emborrachando. No veo yo el efecto positivo de que se presente un señor en clase y les explique que borracho no hay manera de llevar una moto, aunque sea Valentino Rossi.
— Habría que empezar antes y explicarles que hay que mirar antes de cruzar, hacerlo con el semáforo en verde y esas cosas.
— Eso lo tienen que enseñar los padres y, aun así, no puede usted esperar ese grado de responsabilidad de un niño pequeño. Los niños siempre saldrán corriendo detrás de las pelotas, quienes tienen que tener cuidado son los mayores.
— Quizá el mejor método sea enseñar con juegos, dibujos animados y eso.
— Sí. Urbanito, el niño que ayuda a cruzar a las viejas. Tiene una mascota que se llama Circulón, un coche teledirigido que habla y no se le gastan las pilas. Como intente competir con eso contra los pokemones y los digimones, lo lleva claro. Lo que se tragan los niños es competitividad extrema, violencia insensata y criterio moral de un bit. No mete usted a Urbanito en un bollicao o en un tazo ni.... iba a decir «ni borracho».
— Ya no hay tazos, ahora hay spinners; es lo mismo, pero con pinchos. A lo mejor hay que plantearlo de otra manera. Cada vez que Urbanito ve a alguien conducir borracho, tiene una mutación y le dispara un rayo ultrahepático, que le provoca cirrosis crónica.
— Eso sí. Y Circulón se convierte en un bigfoot que aplasta a todos los coches que no han pasado la ITV. Lo que pasa es que conseguir fondos para algo así requiere sobornar a mucha gente y —como dice el Gran Visir Iznogud— no apruebo ese proceder, sale demasiado caro.
— Hombre, nadie dice que sea fácil.
— Yo no veo que sea fácil o difícil. Simplemente no veo que sea posible ¿Qué recursos destinamos a eso de la educación vial? ¿Cuántas horas de clase le dedicamos? ¿A qué otras materias le quitamos esas horas? ¿Quién va a dar los cursos? ¿Quién va a formar a quienes den los cursos? ¿Qué material hace falta? ¿Cuánto cuesta todo eso? ¿Quién lo paga?
— Hay ya experiencias de ese tipo. Se les pone un video a los niños y se les lleva a montar en kart.
— Ya. Yo hice eso de pequeño. Creo que unas tres o cuatro veces. Lo que había que hacer era «portarse bien». Al que no iba despacito y no señalaba los giros, lo echaban. Era frustrante. Por una parte querías seguir montando en el kart, pero por otra lo que te apetecía era echar carreras. Había un señor disfrazado de guardia urbano. Yo creo que le tengo manía a la autoridad por eso.
— Pero es que usted es un poco especial.
— Vale, yo soy lo especial que usted quiera. Pero ya me contará usted qué calificativo le damos al que se crea que los niños van a aprender a circular dándoles tres cursillos de media hora cada año, durante tres o cuatro años. Y piense en la infraestructura que haría falta para hacer eso con un número de niños significativamente grande.
— En todo caso, siempre será mejor intentarlo a quedarnos como estamos.
— ¿Cree usted que el colegio es un buen lugar para inculcar actitudes? Yo creo que bastante trabajo hay con impartir conocimientos. Las actitudes y los valores se traen de casa, bien de los padres o bien de los digimones.
— Pues todos los expertos están de acuerdo en que la educación vial es la clave para mejorar la seguridad en la carretera.
— ¿Y cómo lo saben los expertos esos? ¿Dónde se puede verificar que, efectivamente, con educación vial disminuyen los accidentes? ¿Se han ganado el título de expertos por decir cosas de esas?
— Hombre, no se me antoja descabellado que, si la gente conduce mejor, habrá menos accidentes.
— Tampoco es descabellado sostener que «si los coches fueran más seguros, habría menos accidentes» ¿no?
— Sí.
— Pues no ¿Cómo se hacen coches más seguros? ¿Cuánto cuesta hacerlos? ¿Quién asume ese coste? ¿Es más rentable dedicar los recursos a mejorar los coches, a mejorar las carreteras o a mejorar a los conductores?
— A los conductores, sin duda
— Si no me enseña usted unas cuentas, eso es un acto de fe ¿Ha echado usted esas cuentas?
— ¡Pero mira que está usted preguntón hoy, señor Ministro! ¡Así no vamos a acabar nunca de preparar la rueda de prensa!
— ...y no me cabe ninguna duda de que la educación vial es la clave para mejorar la seguridad en la carretera, como coinciden en señalar todos los expertos.
— Muy bien, muy bien. Usted diga lo que yo le digo y no se ponga a arreglar España. |