Dice George W. Bush «que nadie se equivoque, nosotros ganaremos». Y uno teme que el que se equivoca es él. Que él habla de ganar una batalla, pero se olvida de cuál es el objetivo último. Uno piensa que Bush se ha olvidado de que existen victorias pírricas, que se vuelven contra uno.
Un acto de grandeza de Estados Unidos sería no vengarse de los terroristas. Promover la actuación de la justicia internacional. No picarse como un niño porque hay otro que le ha pisado. Tomar las medidas necesarias para intentar que no le hagan daño de nuevo y seguir viaje en busca de su punto de destino. El verdadero daño que pueden causar los terroristas es conseguir que un país se olvide de cuáles son sus verdaderos objetivos. Lo mismo sucede con los conductores molestos en las carreteras. Lo que resulta más peligroso no son ellos, sino olvidarse uno mismo de cuál es el motivo del viaje.
Lo importante al conducir y al gobernar, no es mirar los coches que tenemos alrededor, los incidentes del entorno, sino fijar un objetivo a largo plazo, mirar doscientos metros más allá del coche que tenemos delante y pensar en el punto de destino, 50 años más allá de la Torres Gemelas, y ponerse a construir en busca de un mayor bienestar. Reparar los daños en la medida que se pueda y seguir viaje. Tomar precauciones para que el entorno interfiera lo menos posible, pero sin olvidar nunca cuál es el motivo por el que salimos de casa.
El mejor cimiento que conocemos para una sociedad es la justicia y el Estado de Derecho, no las toneladas de cemento que sustentaban las Torres Gemelas. El dolor por las muertes no debe hacer olvidar que quebrar los fundamentos de una sociedad justa resulta más doloroso a la larga.
La victoria de Estados Unidos no depende de castigar lo antes posible y sin un juicio justo a los terroristas. La victoria depende de poner las bases para que la economía mundial no se hunda, de que los ciudadanos de una parte del mundo no sean odiados por la otra mitad, de la confianza en que el poderoso no es injusto. La victoria depende de promover Estados de Derecho y no de demostrar que un Estado de Derecho deja de serlo en cuanto es atacado y se pasa la justicia por las faldas de su estatua de la Libertad cada vez que le da la gana.
Un estadista tiene que convencer a su país de que la prioridad no es adelantar y derrotar a los terroristas antes de llegar a la próxima curva, sino de conseguir prosperidad y paz a largo plazo. El objetivo no es llegar antes a la próxima curva, sino viajar continuamente sin sobresaltos. |