La potencia consumida por un aparato eléctrico es producto de la tensión a la que está sometido, por la intensidad de la corriente que llega hasta él. De acuerdo con esto, es posible hacer frente a un aumento del consumo de energía eléctrica aumentando bien la tensión, bien la intensidad, o ambas.
El problema radica en que, mientras la potencia transmitida aumenta linealmente con la intensidad de corriente, las pérdidas que se producen en los conductores (como la instalación eléctrica de un automóvil) lo hacen con el cuadrado de dicha intensidad. En otras palabras: si necesitamos duplicar el suministro de energía de un dispositivo podemos hacerlo duplicando la intensidad de corriente que llega a él, pero esto provocará que las pérdidas en los conductores que la transmiten se vean cuadruplicadas.
Esto es precisamente lo que se pretende evitar con una instalación a 42 voltios. Manteniendo la misma intensidad, o lo que es lo mismo, sufriendo las mismas pérdidas en los conductores, podemos transmitir a 42 voltios una potencia tres veces mayor que la que se transmite a 14 voltios. Gracias a ello, se puede hacer frente a consumos de energía mayores sin que las pérdidas resulten excesivas.
El efecto inmediato que se deriva de las pérdidas que se producen en todo conductor eléctrico por el que circula una corriente es el calentamiento de éste, lo que puede poner en peligro su integridad física si su grosor no está adaptado a la corriente que debe comunicar. Una menor intensidad autoriza el uso de conductores de menor sección, que resultan más ligeros y más baratos de fabricar.
Pero el principal interés de la reducción de las pérdidas producidas radica en el ahorro de combustible que ello puede suponer. La potencia eléctrica de un automóvil se almacena en la batería, que el alternador se encarga de mantener cargada cuando el motor está en marcha. Pero esta energía debe ser obtenida de la que proporciona la combustión de la gasolina en los cilindros, así que una reducción de la energía eléctrica necesaria significa mejorar el consumo.
Se estima que cada 100 vatios de potencia eléctrica producidos suponen un aumento del consumo de combustible a los 100 kilómetros cifrado en 0,17 litros en los vehículos de gasolina y 0,15 en los de gasoil. Habida cuenta de que un automóvil de gama alta puede llegar a consumir en la actualidad unos 1500 W, y que la tendencia actual apunta a un incremento de hasta el 300% en los próximos cinco años, resulta evidente que una disminución de las pérdidas eléctricas permitirá obtener un menor consumo de combustible, y en consecuencia, una reducción de las emisiones contaminantes. |