Cuarenta y ocho horas ha pasado el León solo en el aparcamiento. Volvemos a recogerlo para acabar ya el viaje. Quedan más de mil setecientos kilómetros hasta Madrid. Por las intrincadas autopistas genovesas los italianos siguen volando, el cambio de marchas a ritmo de rally, y nos marcan el camino que conduce a Mónaco. Ya en Francia, pasamos de largo por la salida de Montecarlo, pero salimos en Niza y recorremos la carreterita de la costa hasta el principado. El León ruge por dar una vuelta al circuito de los grandes pilotos. Merece el regalo.
Entramos por la curva del casino, y recorremos unos metros de trazado por la única paella de un circuito de Fórmula uno, bajo el túnel del hotel, por la chicane de la salida y de la piscina y por la curvada recta de boxes. La cena en un chiringuito monegasco para modernos de comida rápida nos lanza de nuevo a la autopista, hasta que paramos a dormir en Nimes, ya de madrugada. No hay tiempo para visitar las ruinas romanas a la mañana siguiente. Sólo de soñar y dibujar en el mapa el recorrido del próximo viaje, que nos podría llevar a Grecia y Turquía ("para eso hacen falta más días") mientras pasan los kilómetros. La barcelonesa "Ronda de Dalt" también nos abre paso. En el kilómetro 540 de la Nacional II, todavía provincia de Barcelona, el cuentakilómetros del León marca 6.000 kilómetros. La niebla nos envuelve y no nos abandona hasta la salida de Zaragoza. Valle del Segre, el Ebro, niebla. Estamos en casa. |