El 29 de diciembre nevaba en media España. En Francia, tempestad y viento tiraban árboles, derruían torretas de electricidad y ponían en guardia los dispositivos de protección civil. A las dos de la tarde de ese miércoles, nevaba en Madrid y un Ferry nos esperaba al día siguiente en Calais, a más de 1.600 kilómetros, para cruzar hasta Dover. Ese Ferry y la primera noche en Burdeos eran las únicas reservas previas para un viaje de 5.500 kilómetros.
Treinta horas es tiempo suficiente para recorrer 1.600 kilómetros por buena autopista, incluso con un León todavía en rodaje y niebla, lluvia o poca nieve. Salimos de Madrid a las 14:30 y llegamos a Burdeos a las nueve de la noche. A la altura de Burgos deja de llover. Sale el sol, que nos acompaña por el oeste hasta poco antes de llegar a la frontera.
Una parada para repostar justo antes de cruzar a Francia (la diferencia de precio a favor del gasóleo español conviene aprovecharla) y sin sobresaltos llegamos a Burdeos para cenar con buen vino de la zona. El León ha cruzado la frontera por Irún a los 1.641 km. Un niño.
Hasta Burdeos el tiempo es bueno y frío. Al llegar a la ciudad surcada por el Garona, la calidez es inmediata. Gentes amables nos guían hasta la puerta del hotel, sólo por haberles preguntado si sabían dónde estaba. Debe ser un buen lugar para aprender francés.
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