¿Que has hecho qué?
Clavarle unas tijeras de podar y quemarlo, para que nadie lo descubra.
¿Pero cómo has podido hacer algo así?
Lo que no sé es por qué no lo he hecho antes. No sé como he podido aguantar tanto. Siempre me estaba observando en silencio. Pensando por mí. Decidiendo por mí. Ayer me dijo que iba a adaptar nosequé del cinturón a mi peso. «¿Me estás llamando gorda? ¡Dilo claramente! ¡Yo no estoy gorda! ¡Y la culpa de que haya engordado la tienes tú!», le grité. Se quedó callado, como siempre. Dijera lo que dijera, reproches, insultos, lo que fuera, él siempre respondía con un silencio displicente. Seguro que en esos momentos pensaba «pobrecilla, qué rápido pierde los nervios».
Pero lo peor fue al salir del trabajo. Yo siempre me dejo guiar por él, ya sabes. Sola me pierdo. Cuando me quise dar cuenta ¿sabes dónde estaba? En el dentista. Resulta que tenía anotada un cita con el dentista, y me guió hasta allí. Odio ir al dentista, necesito anular tres o cuatro citas antes de decidirme a ir. Y él me dejó justo en la puerta. La enfermera me saludó desde la ventana, no podía escaparme.
Me hicieron un empaste y me han dicho que me tengo que sacar una muela del juicio. Lo odiaba. Al entrar, traté de pegar un portazo que rompiera todas las ventanillas, pero él frenó la puerta y cerró despacito. Le vomité todos los insultos que se me ocurrieron. Le dije que no quería saber nada de él, que no quería oirle nunca más.
Llegué a casa casi de madrugada. Mientras yo daba vueltas por calles en las que no había estado en mi vida, él estaría pensando «¿ves como no puedes ir a ninguna parte sin mí?». Fue en ese momento cuando supe que tenía que acabar con él.
Pues a ver que hacemos ahora, porque hace tiempo que el seguro no cubre los conflictos en las relaciones con el coche.
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