Érase una vez dos amigos, uno se llamaba Max Torque y el otro Pogüer Autput. Max y Pogüer, que estrenaban piso, andaban con la mudanza; lo único que les quedaba era colgar los cuadros.
Max, que tenía un pesado martillo, lo blandía con prosopopeya y le asestaba un martillazo tal a la alcayata, que con un par de golpes quedaba perfectamente clavada en la pared. En poco tiempo tenía ya tres alcayatas clavadas en la pared. Se alejó un poco para ver su obra y le dijo a Pogüer:
Bueno, ya van tres.
Con las cuatro que he puesto yo, siete. Ya hemos terminado.
Max se volvió un poco perplejo y vio que, efectivamente, Pogüer tenía cuatro alcayatas puestas en la pared.
A ver. Esto tiene truco. Yo, con este pedazo de martillo dejo la alcayata puesta en dos golpes. Tú, que estás escuchimizado y tienes un martillo más pequeño ¿cómo lo has hecho?
Veamos ¿cuánto tardas tú en dar dos golpes?
Pues no sé. Sincronicemos nuestros relojes.
Max cogió una nueva alcayata y en un par de golpes la dejó lista, como antes. Tardó un segundo en dar cada golpe. Pogüer cogió su alcayata y su pequeño martillo. Los golpes eran menos fuertes; necesitó dar tres para dejar clavada la alcayata. Pero, para dar cada uno de ellos con un martillo poco pesado, no tenía que retirar mucho la mano de la alcayata. Sus martillazos eran menos fuertes pero más rápidos: podía dar uno cada medio segundo.
A ver dijo Max. Yo doy un martillazo por segundo y, como necesito dos martillazos para cada alcayata, la dejo clavada en dos segundos. Tu necesitas tres martillazos en vez de dos, pero los das cada medio segundo. En un segundo y medio tienes puesta la alcayata.
Claro. Por eso en seis segundos tú pones tres y yo cuatro. Bueno, vamos al garaje a colgar la estantería.
Pogüer cogió su martillo pequeño e intentó clavar una alcayata en la pared de hormigón. No hubo manera. Por más golpes que le dio, el clavo no entraba. Los martillazos no eran suficientemente fuertes para romper el hormigón. Max llegó y, no sin esfuerzo, consiguió clavar la alcayata en el duro hormigón.
Moraleja: si un Porsche y un Scania tienen motores distintos, no es por hacer las cosas difíciles.
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