En carreteras rápidas no reacciona como en las lentas; los cambios de carga son más limitados, porque en marchas largas acelera y retiene menos. Por tanto, lo normal es que el León responda igual que el tracción delantera. Incluso a velocidad alta es estable; en condiciones extremas sigue siendo más brusco que el tracción delantera. Si en carreteras lentas es poco recomendable quitar el control de estabilidad, en las rápidas lo es aún menos.
Si en un apoyo fuerte pisa un bache, una grieta, una junta de dilatación o cosas así, ni salta como haría un coche de suspensión demasiado dura, ni se mueve excesivamente como haría uno demasiado blando.
La sexta velocidad, dado que el coche va más bien corto, sirve para casi todo. Desde 3.500 rpm (144 km/h), entre la fuerza que tiene el motor y la que aumenta el cambio, la capacidad de recuperación es buena. Con la quinta y la sexta basta para cualquier carretera rápida, incluso en rampas fuertes.
Al motor de nuestra unidad de pruebas le faltaba potencia y, por lo que hemos podido saber, no es la única unidad de pruebas a la que le pasaba. En nuestras pruebas de adelantamiento ha obtenido prácticamente los mismos resultados que el A3 TDI 130 CV, un coche menos potente y más ligero. Salvo en condiciones particularmente favorables, ha sido incapaz de pasar de 6.000 rpm en sexta velocidad; eso equivale a menos de 217 km/h, cuando la velocidad punta homologada es 224.
Las prestaciones y la mayor parte de los recorridos de prueba están hechos con gasolina de 98 octano. Al final lo he llenado con gasolina de 95 (hasta 73 litros le han entrado) y no he notado ninguna diferencia. Lo que recomienda SEAT es gasolina entre 98 y 95 octano; se supone que con la de 95 debería perder algo de fuerza.
Lo que sí ha hecho es gastar tanto como esperaba, y esperaba mucho. En un recorrido rápido por autovía, aunque sin ir a tope, ha pasado de 18,5 l/100 km. Mi compañero Víctor Fernández en su conducción rápida (que es mucho más rápido de lo que puedo ir yo) ha pasado de 20 l/100 km.