Cuando uno se sube al M5, tapizado en piel y tan lujoso, no parece que se esté montando en un coche de carreras, desde luego. Si pisa distraidamente el embrague, con la presión normal, el pedal apenas se desplazará. Esa será la primera sorpresa. Luego, con el motor en marcha, vendrán todas las demás. Porque el M5 tiene cosas casi de carreras: discos de freno enormes, llantas y ruedas imponentes (estas sí que no se pueden disimular, sobre todo las traseras), suspensión dura, motor potente y dirección rápida. Todo es cercano a la competición, salvo los lujos del interior.
A buen seguro que los ingenieros de BMW hubieran deseado un pedal del embrague menos duro, pero entonces no darían abasto para fabricar y sustituir discos de embrague. Un pedal suave invita a realizar el juego embrague-acelerador continuamente (para sujetar un coche en una cuesta, para estar preparado a la salida de un semáforo...) y con semejante par motor, el embrague duraría medio aperitivo. Como un embrague hidráulico se puede hacer tan suave para el conductor como se quiera (o casi), lo que se busca es que apretar el pedal resulte incómodo, para utilizarlo sólo cuando sea imprescindible y nada más. El segundo es el sonido del motor en cuanto se arranca. El V8 suena a motor de verdad, con esos cuatro escapes que rugen por detrás.
Frenos, buena potencia y tacto. Las marchas entran y salen con celeridad y el embrague no se nota duro en conducción rápida (otro asunto es en conducción urbana o en un atasco). Cuando uno va rápido no tiene tiempo de fijarse en su dureza, con la de trabajo que hay. La suspensión, menos flexible de lo que uno se imagina cuando ve un interior tan lujoso, no resulta incómoda y sí muy efectiva.
Un coche potente y pesado como éste, no puede consumir poco. Al contrario. Consume mucho. Es pesado (casi 1.800 kg) porque es grande y lujoso. Y no sólo es pesado. Acelera que es un primor, a pesar de los kilos. Eso sólo se consigue quemando mucha gasolina. En conducción rápida supera con facilidad los 20 litros cada cien kilómetros, según las indicaciones del ordenador y nuestras mediciones. Por ciudad, se acerca peligrosamente a los 20 litros (por arriba o por abajo, depende de cómo esté el tráfico) y en autopista o autovía, a la velocidad de crucero legal en España, el consumo se sitúa en la zona de los diez litros cada 100 kilómetros. ¿Supone un consumo excesivo? No lo creo. Tener esa capcidad de aceleración y ese lujo todo reunido, tiene un coste, también en el consumo.