El M5 podría pasar inadvertido desde el exterior, pero no pasa. Nos lo dijo la mujer que atendía una gasolinera: «Parece que no sea nada, pero se le ve que es un coche, coche». Supongo que ese «parece que no sea nada» se refería a que no tiene elementos puestos con el fin de llamar la atención. Nada de alerones, ni colores chillones. Nada de eso. Lo que sí tiene es un motor de ocho cilindros en V, con cuatro válvulas por cada uno de ellos, y casi cinco litros de cilindrada que catapulta el M5 de curva en curva con sus 400 caballos de potencia. Un motor que sube hasta 7.000 vueltas con rabia y que entrega mucha potencia durante toda la gama de revoluciones.
Por si fuera poco, está unido a una caja de cambios de seis velocidades, con saltos cortos entre una marcha y otra. Al cambiar, el motor casi no cae de vueltas, por lo que uno puede mantenerse con facilidad en la zona de revoluciones que ha elegido. La quintaesencia está por encima de 5.000 rpm, pero con marchas largas se puede mantener también un ritmo endiablado en las carreteras más enrevesadas.
Aunque no publicaremos habitualmente aceleración desde 0 km/h, con el M5 hacemos una excepción. La aceleración, sin castigar el embrague, sin despeinarse, es espeluznante: sólo 6 segundos en alcanzar 100 km/h con el control de estabilidad y tracción desconectado. En cuanto las ruedas posteriores patinan por encima de un cierto límite, este sistema disminuye la potencia del motor y por ello la aceleración.