Hemos conducido el Fiesta con el motor Diesel 1.6 TDCi de 90 CV —sustituido por un 1.6 TDCi de 95 CV en marzo de 2010— y los de gasolina 1.4 de 97 CV y 1.6 de 120 CV.
En carretera, el Fiesta transmite la sensación de ser un coche de mayor tamaño que el modelo anterior, cuando apenas lo es. Esta sensación puede venir dada porque el puesto de conducción es mejor, porque los materiales están bien unidos entre sí y porque el ajuste general es el de un coche bien realizado. Por ejemplo, no se aprecian ruidos incómodos al rodar sobre carreteras en mal estado.
La versión de 120 CV puede tener el nivel de equipamiento «Sport», que incluye una suspensión más dura y unas ruedas más grandes (195/45 R16). Con esta configuración, el Fiesta, que ya es un coche ágil tal y como viene de serie, puede ser apropiado para quien busque ciertas reacciones vivas y un cierto tacto deportivo. Además de una suspensión algo dura para algunos gustos y usos, no llega a la incomodidad de un MINI, hay que asumir una cierta cantidad de ruido proveniente del motor.
Para obtener una aceleración notable hay que llevar el motor alto de régimen, siempre por encima de 4.000 rpm. La aceleración que da es peor que la de otros utilitarios de su potencia (prestaciones). Tener que conducirlo así penaliza el consumo y el confort acústico. Por debajo de ese régimen, es un motor agradable pero falto de fuerza. Este motor, en su variante de 114 CV, nos gustó más en el Focus (más información).
El consumo por autovía, a un media de 130 km/h, fue de 8,4 l/100 km. En ciudad, callejeando y con abundante tráfico, no es difícil que gaste cerca de 10 l/100 km.
El Fiesta 1.4 de 97 CV lo hemos probado con tres personas en su interior. Nos ha dado la sensación de que es un vehículo con un motor de respuesta pobre. Su mejor cualidad puede ser el consumo —el dato oficial es bajo—, pero de momento no hemos tenido oportunidad de comprobarlo.
Sin tener un motor particularmente brillante, el Fiesta 1.6 TDCi de 90 CV (Diesel) nos ha parecido una opción más equilibrada que los de gasolina de 97 y 120 CV. La suspensión que tiene de serie es más cómoda que la del 1.6 120 CV (gasolina), pero no blanda porque contiene perfectamente los movimientos de la carrocería. El ruido que hace el motor es notable en recorridos urbanos, pero en carretera mengua mucho y es más silencioso que el Fiesta anterior. También me ha parecido que el ruido de rodadura es claramente inferior en el Fiesta 1.6 TDCi de 90 CV y ruedas 195/50 R15 que con las 195/45 R16 del nivel de equipamiento «Sport» asociado al motor de gasolina.
Con cualquiera de las dos configuraciones, el nivel de estabilidad me ha dado la sensación de ser notable. La suspensión está muy bien ajustada y amortigua bien las irregularidades.
Lo que menos nos ha gustado es que tiene un tacto de dirección al que hay acostumbrarse. Transmite poca información al conductor. El Fiesta lleva una dirección eléctrica, en lugar de la hidráulica del anterior modelo, que tenía un tacto extraordinario. No obstante, hay que decir que la pérdida de calidad de funcionamiento (respecto a la del modelo anterior) no es muy diferente que la que la que han sufrido otros modelos recientes en relación a las generaciones anteriores, como por ejemplo el Renault Clio.
Hemos conducido también una versión de tres puertas del Fiesta Diesel de 90 CV, con ruedas 195/45 R16 (Continental Premium Contact). Con los neumáticos de esta medida, da la sensación de una suspensión ligeramente más dura. No llega a ser seca, pero casi. La estabilidad y el agarre con estos neumáticos son elevados, pero cuesta cogerle confianza al coche y sacar partido de su estabilidad por carretera de curvas, probablemente debido al tacto de la dirección. Da como reparo intentar buscar el límite del coche, porque no da confianza. En cada giro de volante se nota que se podía haber apurado un poco más sin riesgo. Tras muchas pruebas, resulta que puede pasar con mucha rapidez por las curvas, sin comprometer la estabilidad. Sólo que cuesta encontrarle el punto.
Aun así, la dirección con el motor Diesel me ha gustado más que la dirección con el motor de gasolina. Probablemente, el mayor peso del motor ayude a esa sensación de mejoría.
El sistema de control de estabilidad (ESP) permite ligeros movimientos transversales de la carrocería. En frenada en apoyo, por ejemplo, el coche puede cruzarse notablemente. Cuando se producen pérdidas de tracción en el eje delantero, el sistema no corta en exceso la potencia del motor y permite acelerar moderadamente con pequeño subviraje, a la vez que ayuda a girar en la curva. Un ESP satisfactorio, en línea con la mayoría de coches del mercado.
El consumo con este motor es reducido. En la A-3 (autovía de Valencia), con origen en Madrid, en recorrido 200 km de ida y vuelta para compensar los desniveles en la medida de lo posible (ida y vuelta desde el km 11 hasta el km 111), el consumo ha sido de 6,2 litros cada 100 km, a una velocidad de crucero de 130 km/h y un promedio de 109 km/h según el ordenador.
En este recorrido esta autovía no es plana casi en ningún momento. Tiene subidas y bajadas constantes, circunstancia que penaliza el consumo. No había apenas tráfico y la temperatura exterior era de entre 4 y 6 grados centígrados. El error del ordenador en la medición de consumo es prácticamente nulo.