Que las prestaciones del Toyota Prius sean comparables a las que obtiene cualquier compacto con un motor de gasolina de reducida cilindrada no resulta sorprendente, puesto que el Prius también dispone de uno. Lo interesante es que lo consiga a cambio de un consumo y emisiones tan bajos. Los motores eléctricos son extremadamente eficientes y no emiten ningún gas contaminante, pero la energía eléctrica que mueve el Prius ha sido obtenida gracias al siempre ineficaz y contaminante motor de combustión ¿Dónde está entonces la ventaja?
El porqué de estos resultados hay que buscarlo en el hecho de que el rendimiento del motor de combustión puede variar mucho en función del uso que se le esté dando en cada momento. El máximo aprovechamiento de la energía proporcionada por la gasolina que pueden ofrecer este tipo de motores, en torno al 30%, se obtiene cuando está funcionando en condiciones cercanas a la plena carga*. Todo lo que sea desplazar el punto de funcionamiento hacia cargas parciales o bajas, como pueda ser el lento tráfico por ciudad, implica asumir un uso aún más ineficaz de la gasolina, con los consumos y emisiones que ello conlleva.
Según esto, la mejor forma de hacer funcionar un motor de gasolina sería llevarlo siempre cerca de la plena carga. Esto no puede hacerse en un automóvil convencional, puesto que la potencia generada por el motor es directamente mandada a las ruedas y supondría estar permanentemente acelerando. Sin embargo, el Prius hace trabajar al motor de combustión con un grado de carga siempre por encima del 80%, mandando al suelo únicamente la potencia que el conductor requiere a través del acelerador electrónico, y almacenando el resto en forma de energía eléctrica para su posterior utilización. El funcionamiento de ambos motores se adapta automáticamente a las condiciones de marcha y del estado de carga de las baterías.
Durante la puesta en marcha el motor de gasolina permanece inactivo, y es el eléctrico el encargado de mover el vehículo. Esta situación se mantiene siempre que la potencia solicitada por el conductor sea moderada y la carga de las baterías suficiente. Esto permite una marcha suave, silenciosa, y absolutamente limpia.
En el momento en que se exige una mayor potencia o la carga de las baterías es baja, entra en funcionamiento el motor de gasolina que, como ya se ha dicho, siempre trabajará con un grado de carga por encima del 80%. Tan pronto como la carga de éstas es suficiente, y si el motor eléctrico puede proporcionar la potencia requerida, el de combustión se desactiva y el automóvil vuelve a ser propulsado únicamente por medios eléctricos. Con esto se evita hacer funcionar el motor de gasolina a cargas parciales y bajas, donde es particularmente ineficaz.
Otro ahorro de energía viene del llamado «frenado regenerativo». Cuando el conductor pisa ligeramente el freno, la energía cinética del vehículo es aprovechada para producir electricidad y recargar las baterías en lugar de disiparla en forma de calor como hacen los sistemas de frenado convencionales, principal causa de los altos consumos en ciclo urbano. Cuando se hace necesaria una frenada más enérgica entra en acción un sistema tradicional, formado por discos (ventilados los delanteros, macizos los traseros).
(*) Según una estimación de Bosch, el rendimiento térmico de un motor durante el ciclo urbano de homologación apenas supera el 10 por ciento. |