Bajo de la estratosfera y siento mi cuerpo plano en los escalones de pintura de los pasos de cebra. Ahí veo pasar los coches. Algunos, sin miramientos, se paran encima. Las ventanillas se pegan a estos ojos que no tengo y entonces veo la trampa del guiñol.
Ahí estáis los actores enfundados en guantes como cuerpos que asoman por la ventanillas. Conducís teatros enteros en los que cada día se representa un papel. ¿Por dónde se ha ido? Por ahí, por ahí, señaláis todo el resto del universo metido también en vuestro guiñol, enfundados en el traje de trampa. Y salís todos de estampida, en cuanto la luz se pone verde, hacia allí, hacia allí, por donde nadie se ha escapado ni se escapará.
Cada mundano tiene su guiñol. El más potente, el que llegue antes allí, allí. Allí, allí que está siempre en otro lado. Enfundados en vuestro cuerpo de guante gesticuláis al actor del guiñol de al lado, que saca las piernas por debajo de su cajón para apurar las marchas como Pedro Picapiedra. Un guiñol de cartón piedra, que ni acerca ni aleja ni lleva a ningún lado.
Ah, terrícolas. Tenéis una tierra redonda que no para de dar vueltas. Os parece que vais hacia adelante y la tierra os arrastra hacia atrás. Intentáis remontar con el coche la ladera curva, que siempre gana. Esfera repleta de cajas metálicas por las que aparecen caras y manos sin cuerpo debajo. Os veo la trampa. Cuerpos de polvo, relojes de miseria. Tiempo y tierra. Vais y creéis que os movéis. Todos parados en vuestros guiñoles de hojalata.
* Renano Ridotto es corresponsal de km77.com en la estratosfera.
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