Los dos ojos venían encendidos. Apagué los faros para no molestar. No hacía falta pisar el freno. Todo estaba en su sitio. Las maletas bien sujetas y la documentación en la guantera. Dudé un momento si apagar el motor o dejarlo en marcha para que siguiera dando vueltas. Al ralentí. Ochocientas vueltas por minuto. Veintisiete relámpagos de bujía por segundo mientras abandono el mundo iluminado vagamente por el resplandor de los chispazos. Fuegos artificiales para una despedida. Punto muerto para que no se cale. Todo preparado. La luz frontal se cuela por los intersticios del salpicadero. Entra por las salidas de la calefacción, por los desajustes de los plásticos, por la raja del CD. Hay que ponerle mala nota al acabado de este coche. El motor ha dejado de sonar.
* Renano Ridotto es nuestro corresponsal en la estratosfera.
|