Cuando se frecuenta por años una anónima autopista, ésta se va poblando, muy poco a poco, de amigos migratorios que uno termina por esperar, impaciente, en el decurso de las estaciones. Los brotes de la vides, los cambiantes cielos que cambian los paisajes y los horizontes, viejas construcciones con cierto señorío (tan a propósito para poder utilizar esta palabra). Los nísperos del parterre central de la autopista (me juego la vida y las multas por poder coger algunos cada año) no digo donde estan por mezquindad.
Un día, como otras veces ha ocurrido, cambio el coche ya envejecido por otro nuevo y "bien equipado". Me cuesta acostumbrarme a él; aire acondicionado, sistema de frenado, dirección asistida, etc. Es tanto lo que he perdido.
Ya nunca bajaré cansado, sudando, la camisa pegada al cuerpo, a tomar fresco a la sombra de un encina. La relación se ha invertido. Conducir relajadamente, el codo sobre la ventanilla abierta, la mirada perdida en paisaje, viendo aparecer y desaparecer mis migratorios amigos... es cosa del pasado. La dirección asistida, perdida toda otra relación al asfalto, obliga a llevar la vista clavada en él.
¿Era esto lo que yo quería? ¿Pero... hay alternativa?
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