Con sólo apretar un botón situado en la consola central, el Z8 se convierte en un precioso descapotable en menos de diez segundos. A partir de ese momento el sabor roadster se hace más auténtico al sentir el viento en la cara. Hasta 120 km/h se puede rodar con bastante comodidad sin la capota, pero a partir de esa velocidad las turbulencias van aumentando y haciéndose cada vez más molestas.
Si queremos volver a colocar la capota de lona, sólo hay que detenerse, pisar el pedal del freno y pulsar el mismo botón para que la capota vuelva a subir, con la única diferencia de que, en el punto final, tenemos que ayudarla con la mano para acercarla al enganche, si bien éste también se realiza de forma automática. Con la capota de lona puesta se escuchan unos ruidos aerodinámicos muy molestos cuando rodamos a elevada velocidad, y eso que está bien terminada y su ajuste es bueno.
No tiene una luna trasera, sino un plástico transparente que se raya con el paso del tiempo y limita la visibilidad, aunque no puede ser de otra forma para realizar el plegado de la capota tras los asientos ocupando poco espacio.
El BMW Z8 incluye también de serie un techo duro fabricado en aluminio que resulta mucho más práctico durante los meses invernales, teniendo en cuenta que su luneta trasera sí es de cristal y cuenta con resistencias térmicas para evitar el empañado. Lo he conducido por carretera de curvas con capota y sin ella y, en ambas situaciones, la rigidez torsional del chasis me ha parecido muy elevada. No se aprecian crujidos ni se retuerce como otros descapotables, manteniendo un nivel de estabilidad sobresaliente.