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A salto de mata. Manual de la perfecta gasolinera 27-05-00
  Severo Búcaro

Los cursis lo llaman «estación de servicio», cuando todo el mundo sabe que, para estación, la del tren y, para servicio, el militar. ¿Quieres montar una gasolinera? Pues toma nota. Debe ser un establecimiento en régimen de autoservicio. Mejor así; de este modo es posible desprenderse de empleados y reducir los costes de explotación. Y es una chorrada pensar que haya que compensar por ello al consumidor. ¿No quieren gasolina? Pues ahí tienen los tubos. Mejor bien sucios (los tubos y los «boquereles»), el suelo bastante resbaladizo y los aseos desaseados. Aquí se viene a por gasofa, amigos. Diseño: el justo, que eso es poco español y además lleva mucho mantenimiento. El trato: directo, viril, nada de filigranas. La cordialidad es una pérdida de tiempo, y una oportunidad para que cualquiera pueda llegar y sentirse con derecho a alguna cosa.

El tono de los empleados es fundamental para provocar la impresión adecuada. Es preferible rescatarlos de los excedentes de las compañías de seguridad privada, a fin de que el cliente sepa cuál es su sitio y no tenga tentaciones de pasarse ni un pelo, que luego vienen los malentendidos. La buena educación, eso a lo que se ha llamado a veces «modales», debe dejarse para las escuelas de señoritas. Dureza, marcialidad, tuteo a troche y moche. Vamos, hombre.

Conviene tener guantes a disposición de los usuarios. Les hace ilusión ponérselos y la verdad es que, sobre todo los tíos, están de foto. Qué risa. Pero no elijáis los guantes a boleo: deben ser los más baratos que haya, o guantes cuidadosamente perforados para que el aroma de los distintos combustibles que se ofrecen impregne bien las manos. Por ejemplo, guantes usados. Si no encontramos tal cosa, deberán embadurnarse cuidadosamente los guantes por dentro. Es importante que el olor del gasóleo sea recordado por el usuario, pero también por sus familiares y amigos. Cuando se largan oliéndose las manos, yo es que me parto.

Los surtidores deben incorporar un sistema capaz de alterar con seguridad, rápida e impunemente, la cantidad de combustible repostado. Si no se dispone de un dispositivo electrónico adecuado -para un manejo más cómodo-, no quedará otro remedio que alterar los sistemas medidores del caudal, a riesgo de que algún siglo de estos aparezca un inspector y nos complique el negocio. Si eso llega a pasar, tú quédate frío, permanece elegante y niégalo todo. Suele ir muy bien lo de echar unos buenos litros de agua o disolvente barato a los depósitos, pero no siempre. Para los más cortados es muy útil ese "clic" que sube en una pesetilla o dos el precio total mientras el consumidor cuelga la manguera. Es cosa de poco, pero peseta a peseta se han hecho muchas fortunas.

El sistema de cobro no tiene por qué ser rápido ni ágil. Tú a tu ritmo, chaval. Si uno te pide una factura, explícale despacito que esto no es Hacienda. Es mejor que los consumidores esperen, que se amontonen y así se les ocurra alguna compra inútil de última hora; mejor aún si llegan a amotinarse, porque así podrás darle aire a Josito doberman, que menudo es cuando se le cruzan. Por cierto, si no conseguimos contratar a un empleado que sea un verdadero ogro, sobre todo para los turnos de noche, es que no estamos preparados para este negocio.

Si decidimos ampliar el servicio y poner a disposición de la clientela otras mercaderías, tendremos buen cuidado de fijar precios especiales, que para eso estamos de guardia, cubriéndole las espaldas al híper: el agua como si fuera armagnac, la cerveza fría sólo si se te pone y a precio de pub irlandés, la leche como si fuera de pantera (¿quieres leche? ¡toma leche!), los cubitos de hielo como diamantes, pero algo derretidos, no sea que te denuncien por falsificación. Otras normas de interés logístico: colocaremos un buen surtido de películas pornográficas bien a la vista de los niños, los periódicos en perfecto desorden, a ser posible manoseados y ya leídos, o sin suplementos ni encartes, que hay días que traen demasiadas noticias y hay que desbravarlos; eso lo valora mucho el cliente.

Si montamos un lavadero, éste debe funcionar sólo en apariencia, que tanta limpieza no produce más que maricones. Además, en ese ir y venir tan gracioso, siempre quejándose, los clientes a veces pican y pagan dos veces el lavado del coche; si es que son gilipollas. Lo mismo con los aspiradores, que permanecerán siempre atascados, se tragarán sistemáticamente las monedas y, en caso de funcionar, durarán lo justito. Por cierto, mínimo veinte o cuarenta duros, nada de piastra pequeña: si quieren aspirar, que paguen. Y las papeleras lo mismo: hasta arriba, aunque sea de aire; que se vayan al carajo con sus ceniceros, que al final no te traen más que porquería y se van sin dejarse la pasta. ¡Ah! Hay impertinentes que vendrán a poner aire o agua, a mirar las presiones y cosas así. Y esto no es un taller. Si ves que se resisten a entender que a repostar se viene ya en condiciones, desenchufa el compresor, corta el agua, deja que se estropee todo rápido, y así les quitas la tontería de la cabeza.

Muy importante. Si se anuncia una subida fuerte en el precio del combustible, hay que llenar a tope los tanques y colocar inmediatamente el cartel de "producto agotado". ¿Qué haces vendiendo la gasolina al precio de hoy, majarón? Anda, pon una papelería junto a un colegio o hazte con la contrata de la farmacia en la puerta del hospital, que para despachar gasolina hay que ser más profesional. Capullo.

*Severo Búcaro es periodista o así.

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