Falta muy poco para que las páginas de los periódicos entonen el réquiem por los varios miles de españoles que han dado con sus huesos en el asfalto. Muertes doblemente dolorosas, por anunciadas. Muertes probablemente inútiles, por ser casi todas ellas el resultado de una conjunción de despropósitos que no tenía que haberse producido. Algunos, no obstante, han sido víctimas de la mala suerte, muertos justos que han pagado por todos nosotros el precio de la movilidad colectiva. Porque así es la cosa, así es la vida, como así es tambiénla guerra. Permanezca viva su memoria, como la del resto, en el dolor de quienes van a echarles tanto de menos. Con todo el respeto que me inspira el dolor ajeno, con el repelús que me causa la muerte, y con toda la tristeza que la adorna cuando la muerte es evitable, creo que en el fondo las víctimas en accidente de tráfico no han sido tantas. Cabía prever muchas más, si nos atenemos a la mema arrogancia general, a los hábitos pésimos de la inmensa mayoría, a la bendición oficial de la impericia, el desdén y la obstinación por hacer mal las cosas o, peor aún, hacerlas a medias. La suerte ha estado de nuevo con nosotros. Pocos son los que han fallecido. Pocos quienes han visto arruinadas sus vidas. Muy pocos quienes han visto confinados a un silencio absurdo sus últimos días, si comparamos el saldo con el que en justicia nos correspondía.

La automoción española, con sus coches, conductores, constructores de carreteras, expertos, gestores y políticos, ha vuelto a reunir méritos de sobra para triplicar la gravedad de esas listas negras. Pero se ha salvado, otra vez. Debe ser la virgen, de nuevo la virgen quien ha estado de guardia en senderos y trochas para iluminar nuestra necedad y librarnos del mal. Amén. En la DGT, tan cortos de vista como resistentes a la dimisión, prefieren rasgarse las vestiduras, dolientes de veras frente a la desgracia, qué duda cabe, pero ninguneando sin sonrojo el regio favor y la asistencia de una ilustre Macarena que ha sido una vez más su aliada. ¿A qué vienen ahora esos lamentos? ¿Acaso no conducen ni viajan por carretera? ¿Tal vez no se han dado cuenta del caos que administran? Alegría, señores. Ha habido mucha suerte: tienen un año más para pensarse lo de dimitir.

* Jorge Silva es periodista especializado en motor.