El aspecto dinámico más sobresaliente del Mazda5 es su confort de suspensión; en este sentido es preferible a monovolúmenes como el Touran o el Zafira, si llevan instalada la suspensión deportiva que pueden tener en opción.
La suspensión del Mazda5 es absorbente y blanda. Por ello la carrocería puede balancearse apreciablemente en las curvas lentas, pero los baches se notan poco, salvo en la última fila de asientos. Estos movimientos amplios de carrocería son evidentes, pero pasan más desapercibidos en el Mazda5 que en otros que también se balancean mucho (como un Renault Scenic), porque los asientos van situados relativamente cerca del suelo. Hasta cierto punto el Mazda5 tiene buen tacto, pero da más la sensación de coche pesado que un Volkswagen Touran.
El Mazda5 está entre ágil y torpe, en función de cómo se conduzca. Ágil, porque puede cambiar de trayectoria con facilidad si hay una deceleración fuerte en curva. Esta tendencia al sobreviraje es poco frecuente en otros monovolúmenes. Le da una cierta dificultad de conducción porque esta reacción no desaparece del todo, incluso con el control de estabilidad conectado. Eso sí, cuando desliza, lo hace con mucha suavidad.
Lo que tiene de torpe es porque su adherencia lateral no es alta (al menos con los neumáticos 205/55 R16, que son los únicos que puede tener de fábrica esta versión) y puede arrastrar mucho el morro en ciertas circunstancias.
Nuestra unidad de pruebas montaba unos Toyo Trampath 91V. No sabemos qué resultado darán otros neumáticos. En cualquier caso, tampoco nos han dado mucha sensación de adherencia otras unidades del Mazda5 que hemos llevado con neumáticos Bridgestone Touranza.
Todos los Mazda 5 tienen el mismo equipo de frenos (los delanteros son ventilados y tienen 300 mm de diámetro y los traseros son macizos de 302 mm de diámetro). Su resistencia al calentamiento está bien, para una utilización normal o normalmente rápida.