Honda Jazz (2018) | Impresiones de conducción
El Jazz 1.5 i-VTEC no es un turismo —o un monovolumen— para «todos los públicos». Su manejo recuerda mucho al de los pequeños turismos deportivos de finales de los años noventa. El motor atmosférico es elástico y tiene un funcionamiento delicioso —acompañado de un sonido sugerente y deportivo—, pero requiere una conducción que ya no se estila: usar frecuentemente el cambio para aprovechar su potencia y anticiparse siempre a la hora de hacer adelantamientos o incorporaciones, porque para disponer de respuesta hay que subir de vueltas el motor.
El cambio de marchas manual tiene el típico tacto que Honda sabe dar a sus cajas de cambio: de recorridos cortos y muy precisa, de forma que, para quien disfrute de la conducción a la antigua usanza, es un cambio certero y gratificante como pocos en el mercado actualmente —los que hay, hay que buscarlos en deportivos como el Subaru BRZ o el Mazda MX-5—. Las relaciones del cambio son cortas y hay poco salto de revoluciones entre marchas —es decir, es un cambio de relación cerrada—. Esto facilita que el conductor aproveche la potencia, pero penaliza mucho la sonoridad. En autovía, a 120 km/h en sexta velocidad, el motor gira a 3600 rpm, y el ruido del motor penetra con claridad al habitáculo, lo que conlleva una pérdida de confort notable en trayectos largos.
Los frenos funcionan muy bien desde el punto de vista técnico: aguantan muy bien la fatiga por calentamiento y detienen al coche desde 120 km/h en una distancia correcta (53,4 m), aunque nunca excepcional. Es la misma distancia que necesitó el Ford B-Max, casi la misma que obtuvimos con el KIA Venga (53,2 m) y 3,1 metros mayor que la que recorrimos con el Hyundai i20 Active (50,3 m; ficha técnica comparativa). De todos estos coches e, incluso, otros turismos deportivos, el Jazz es el que tiene el tacto de conducción más deportivo. La desventaja (dado el buen equilibrio general) es que los frenos tienen mucha asistencia, y el tacto del pedal de freno no permite dosificar bien la frenada al conducir deprisa.
Pese a que, a priori, los desarrollos cortos suelen penalizar el consumo de carburante, el Jazz no solo ha dado unas prestaciones buenas para su potencia, sino que ha consumido muy poco carburante durante toda la prueba y en cualquier tipo de condiciones. Aún haciendo uso constante de toda su potencia en una carretera de montaña muy sinuosa, el consumo se mantiene en torno a los 8,0 l/100 km.
A poco que el conductor practique una conducción suave y mínimamente eficiente —que no lenta—, es fácil obtener cifras en torno a los 5,5 l/100 km incluso a ritmo ligero. En nuestra prueba de consumo por autovía, cruzamos un puerto de montaña y varios desniveles importantes y, aun así, el Jazz ha consumido 6,0 l/100 km. Es un dato excelente para un motor de gasolina de su potencia. En el mismo recorrido, el Ford B-Max y el Hyundai i20 Active, ambos con motores de gasolina de 120 caballos turboalimentados, consumieron 8,0 l/120 km. Un Volkswagen Polo 1.0 TSI de 95 CV gastó 6,2 l/100 km y un Ford Fiesta 1.0 EcoBoost de 125 CV gastó 6,3 l/100 km, y de todos estos coches, sólo el Fiesta fue igual de rápido en aceleración (tabla de prestaciones comparativa).
En acelerar de 80 a 120 km/h ha necesitado 6,9 segundos, un dato excelente. Para ello es necesario emplear segunda y tercera velocidad, aunque si se hace sólo en tercera la maniobra sigue siendo suficientemente rápida. Un adelantamiento se solventa, así, de forma rápida y eficaz, e incluso en cuarta velocidad sólo requiere 8,5 segundos para hacerlo, por lo que sigue siendo más rápido en recuperación que muchos de sus competidores de potencia cercana. El corte de encendido llega ligeramente por encima de las 7000 revoluciones, régimen al que algunos conductores pueden tener reticencias de hacer funcionar al motor, y que es ya muy poco frecuente en los motores sobrealimentados de la mayoría de marcas.
Otra de las razones por las que el Jazz recuerda a un GTI de hace dos décadas es por el tacto de conducción: sus reacciones son muy ágiles y progresivas, el balanceo de la carrocería es moderado (en apoyos fuertes es posible dejar una rueda en el aire y hacer que la carrocería incline ostensiblemente, cosa cada vez menos habitual en deportivos; imagen), y la suspensión, aunque tiende a ser blanda, puede resultar algo seca en algunas circunstancias (por ejemplo, al pisar resaltos o badenes).
Llevándolo rápido por una carretera de montaña puede llegar a resultar un vehículo muy divertido. Más, incluso, que algunos turismos deportivos potentes. Para que fuese perfecto en estas condiciones, a la dirección le haría falta más dureza, al control de estabilidad, ser menos intrusivo y totalmente desconectable, y a los frenos, tener menos asistencia, como he comentado antes. Dado que el motor sube y baja de vueltas con mucha rapidez al acelerar en vacío, el Jazz es un coche en el que practicar las maniobras de doble embrague y punta tacón resulta particularmente fácil y gratificante (para quien guste hacerlas).
Puesto que las ruedas son de tamaño pequeño para lo que hoy en día es costumbre (185/55 R16), las reacciones al cambiar de trayectoria o al hacer apoyos fuertes en curva son muy progresivas, llegan de forma natural y el conductor siempre tiene información a través del volante de cuánto agarre queda y de cómo las ruedas pisan sobre el asfalto. Gestionando bien el cambio, es muy gratificante salir del vértice de una curva acelerando a fondo hacia la salida. Aunque la tracción no se ve comprometida porque no hay grandes dosis de potencia que transmitir al suelo, el control de estabilidad actúa, a veces, con exceso de intensidad para evitar un suave subviraje que suele resultar muy fácil de controlar.
La prueba de lo excelentemente bien afinado que está este coche han sido nuestras maniobras de esquiva y eslalon. Hemos estado a punto de obtener el mejor resultado de todos los coches que hemos probado en estos test. La velocidad de entrada al primer carril de conos en la esquiva ha sido siempre muy alta, por encima de 80 km/h y, aunque no hemos logrado superarlo a más velocidad, no solo hemos estado muy cerca sino que hemos constatado que el comportamiento del Jazz se deteriora muy poco conforme se le exige más. Su respuesta es siempre muy segura, estable y predecible, de forma que el conductor siente confianza en todo momento.
Por todas estas razones antes expuestas, el Jazz no es el típico monovolumen pequeño destinado a quien valore la facilidad de uso, el confort de marcha y la suavidad de funcionamiento. Con todas estas premisas el Jazz puede cumplir bien, pero lo pueden hacer mejor un Ford Fiesta Active (por su mayor altura de carrocería respecto a un Fiesta), un Ford B-Max o un Hyundai ix20. Por el contrario, puede ser muy interesante para quien busque un turismo pequeño, de habitáculo amplio y tacto deportivo, divertido y seguro.