Ford Focus Sportbreak (2018) | Impresiones de conducción
Al igual que ocurre con el Focus Berlina, el Focus Sportbreak goza de una puesta a punto que lo convierte en uno de los modelos más divertidos de conducir entre los turismos familiares de su tamaño. Es muy preciso en curvas y poco sensible a los cambios bruscos de dirección. En carreteras amplias tiene una pisada estable y segura, y en zonas lentas la carrocería apenas balancea ni hace movimientos extraños, por lo que da mucha confianza. No es el más cómodo, pero sí que me parece uno de los más satisfactorios por la relación entre estabilidad y confort que da.
El Toyota Corolla rueda y acelera con más finura, es algo más silencioso y puede ir, probablemente, igual de rápido que el Focus en curvas, pero sin que el conductor sienta la misma compenetración con la dinámica del coche ni tenga el mismo retorno de información a través del asiento, los pedales y el volante. Es un coche más aislado, en general.
El motor de gasolina de 1,5 litros y 150 caballos (hay otro con 182 CV) tiene de bueno que no parece un motor de tres cilindros, aunque lo es. Alguien que se suba al coche por primera vez, difícilmente lo distinguiría de un motor de cuatro cilindros gracias a que apenas suena y no vibra al acelerar. En comparación, el motor de 1,0 litros y 125 CV que probamos en el Focus Berlina era claramente menos refinado (también está disponible en el Sportbreak). Sin embargo, tanto aquel como este pecan de dar unas prestaciones pobres para su potencia. La segunda virtud del motor 1.5 es que responde mejor desde ralentí. Donde al 1.0 le costaba arrancar, a este no, pero es muy probable que esa sensación de uniformidad en la respuesta tenga que ver con la caja automática.
Para pasar de 80 a 120 km/h, nuestro Focus de pruebas ha necesitado 7,2 segundos, que para 150 caballos es una aceleración correcta pero nada brillante. Con la misma potencia, el Opel Astra Sports Tourer tardó 6,5 s en hacer la misma maniobra y el Škoda Scout, con tracción total y turbodiésel, hizo 7,0 s. En la tabla de prestaciones está enfrentado a otros coches, entre ellos el Focus 1.0 EcoBoost berlina (que tenía cambio manual) y tardó 8,6 s.
Pese a que Fernando Ríos dijo en sus primeras impresiones tras la presentación que la caja automática le parecía que destacaba más por suavidad que por rapidez, yo no tengo la misma impresión respecto a lo primero (pero sí a lo segundo). Su funcionamiento creo que es bueno en aceleración, pero a veces brusco en retención, cuando la caja por sí sola reduce marchas. El selector tiene un botón en el centro para activar el uso manual (imagen) y cambiar a través de las levas, pero es una función totalmente prescindible. Primero porque el cambio es lento y segundo porque es desobediente. Aunque se quiera bloquear una marcha, si se pisa el acelerador (sin hacer kick-down), la gestión automática reduce por su cuenta. Es la razón por la que no hemos podido medir recuperaciones a partir de cuarta velocidad.
El consumo de gasolina es alto y, en general, bastante sensible al uso del acelerador. Más que en otras versiones de gasolina de potencia parecida que hemos probado. Para conseguir gastar poco hay que proponérselo y circular con mucha suavidad. Por ejemplo, hicimos tres recorridos comparativos, no muy largos pero significativos, con el Focus Sportbreak 1.5 de 150 CV, el Kia Ceed SW 1.0 de 120 CV y el Toyota Corolla Sports Tourer de 179 CV. En todos los casos el Toyota fue el que menos gastó y el Ford el que más.
El primer tramo fue de autovía (pero no nuestro recorrido habitual), procurando mantener unos 120 km/h. El Ford y el Kia, con los errores de consumo ya calculados, hicieron 7,1 y 7,0 l/100 km (aunque calcaron resultados de ordenador, 6,8) y el Toyota gastó 6,2 l/100 km (marcó 6,1). Un segundo trayecto por carretera a 90 Km/h, con algún adelantamiento, finalizó con una media de 7,5 l/100 km para el Ford, 5,0 l/100 km para el Kia y 3,8 l/100 km para el Toyota. Finalmente, en un tramo de carretera muy sinuoso, en subida y a ritmo rápido, el Ford gastó 23,0 l/100 km, el Kia 21,7 y el Toyota 16,5.
En el recorrido tradicional de consumo que hacemos en km77, por autovía a 120 km/h de velocidad media, el consumo real del Focus ha sido de 7,2 l/100 km, el del Ceed Tourer, 7,3 y el del Corolla, 6,8.
En lo que ha sobresalido este Focus ha sido en frenada, como lo hizo la variante berlina. Su capacidad para detenerse a 120 Km/h ha sido excelente. Con 48,1 metros (48,3 m el Focus Berlina), no hay ningún otro turismo parecido, que no sea mucho más deportivo (y por tanto tenga frenos más potentes y ruedas más anchas), que haya frenado mejor. El tacto del pedal es bueno, con suficiente retorno de información sobre el estado de adherencia de las ruedas y del calentamiento de los frenos. Su rendimiento a ritmo rápido ha sido satisfactorio. Si bien acaban acusando el exceso de temperatura, el margen de seguridad es grande hasta que comienza a notarse la pérdida de eficacia.
Cuando probamos el coche no estaba disponible la pista en la que hacemos la maniobra de esquiva, por lo que no pudimos someterlo a esta prueba. No obstante, sospechamos que su respuesta no se debe alejar mucho de la que obtuvimos con la berlina, que fue excelente. Los neumáticos son los mismos, unos Michelin Pilot Sport 4, cuyo rendimiento nos ha parecido fabuloso.
Hay pocos coches que compitan con el Focus Sportbreak que se desenvuelvan tan bien en tan diferentes escenarios. Los hay más confortables en autovía por calidad de rodadura y aislamiento de los cristales, aunque por una diferencia pequeña, pero son pocos los que tienen una dirección tan bien puesta a punto para sentir la carretera y una suspensión que controla tan bien los movimientos de la carrocería.