Ford Mustang Fastback y Mustang Convertible (2018) - Prueba | GT California Special
Si dijera que el Mustang GT California Special va igual que cualquier otro Mustang GT Convertible no mentiría, pero la prueba sería muy breve. Y también sería una pena, porque el coche merece algo más que un párrafo.
Lo que el Mustang GT California Special aporta son simplemente unos pocos detalles estéticos que, quizá, en un futuro le den al coche más valor de reventa (parrilla exclusiva, franjas laterales decorativas, llantas grises y logotipos de la versión por doquier), pero eso no es impedimento para que siga siendo uno de los coches más especiales que hay en el mercado español por su tremenda personalidad.
Si analizo el coche desde un punto de vista objetivo, como medio de transporte, el Mustang GT California Special únicamente sobresale por el fabuloso motor V8 atmosférico, el mítico «Coyote» de Ford. En todo lo demás es más bien convencional: buena estabilidad y tacto, pero no sobresalientes, calidad de acabados normalita (no mucho mejor que la de un Fiesta, por ejemplo), rigidez de la carrocería justa y equipamiento solo correcto.
Pero no es un coche racional y, por lo tanto, no merece ser juzgado de esa manera. El GT California Special, como cualquier otro Mustang (sobre todo con el motor V8) es un objeto de disfrute, de evasión, un coche tremendamente pasional. Es muy posible que en Estados Unidos y otros mercados similares estén habituados a conducir este tipo de coches, pero en nuestra correctísima Europa no es así, ni de lejos. Aquí, un vehículo de este tipo, ruidoso, pesado y contaminante, está incluso mal visto. Una pena.
Así que mi recomendación para todos aquellos que consideran el coche como algo más que un medio de transporte es que corran. Que corran a probar un Mustang (V8 a ser posible, me reitero en eso) antes de que sea tarde y las normativas anticontaminación nos priven de ello. Porque ponerse a sus mandos es siempre una experiencia tremendamente gratificante. Ya son varias las unidades que he probado en los últimos cuatro o cinco años, pero esa sensación de inquietud e incluso nerviosismo al ver su silueta y tener las llaves en las manos no desaparece.
Y no es solo que no desaparezca, sino que va a más justo antes de pulsar el botón de arranque. Por norma general tengo la costumbre de arrancar los coches con la puerta abierta porque me gusta escuchar cómo suenan, pero en el Mustang es un ritual casi obligado. El sonido que provoca el V8 atmosférico de 450 caballos no tiene parangón: grave, borboteante, potente, bruto. Un auténtico espectáculo que no hace sino dibujar una sonrisa al conductor y a todo aquel que esté cerca del coche. Mi hijo de cuatro años lo describió a la perfección la primera vez que lo escuchó: «papá, suena como un dinosaurio», acompañado de una carcajada. El símil es casi perfecto.
En marcha, con el Mustang GT California Special (y con otros Mustang) me ha ocurrido algo curioso: he disfrutado mucho más al conducirlo a un ritmo tranquilo o como mucho ágil, que al hacerlo muy rápido y buscando sus límites. Como si el coche advirtiera que no está concebido para arañar décimas en un circuito, sino para pasar un buen rato al volante disfrutando del entorno. No quiero que se me malinterprete: el Mustang es un coche que admite de buen grado una conducción agresiva, tiene buen motor y frenos, pero sus reacciones no son tan naturales y neutras como las de, por ejemplo, un Porsche 718 Cayman (o Boxster).
Es uno de esos coches que conviene siempre llevar con las ayudas electrónicas conectadas (salvo que sea en un circuito) porque, una vez superado el límite de adherencia, hace sudar al conductor. La tendencia natural ante un exceso de gas es el sobreviraje, que podría llegar a ser algo incluso deseable si no fuera porque, en muchas ocasiones, no se produce con total suavidad. Hay que anticiparse un poco a sus reacciones para que no acaben con el coche completamente cruzado o haciendo una virolla.
Lo intenté en repetidas ocasiones (y con otros Mustang me pasó igual), pero al final me enconté mucho más a gusto practicando una conducción más sosegada, con el techo plegado y simplemente disfrutando del tremendo empuje del motor y, sobre todo, de su sonido. Porque además suena bien siempre y en toda circunstancia: a ralentí, a 2000 rpm o al corte de inyección, pasadas las 7500 rpm.
El Mustang GT California Special solo se puede pedir con la carrocería descapotable y con el motor V8, una combinación que me parece de lo más acertada. Las prestaciones son muy buenas, como no podría ser de otra manera cuando hay 450 CV empujando, pero si nos ceñimos simplemente a las cifras, no impresiona. Hemos medido una aceleración de 80 a 120 km/h en 3,0 segundos, que es más o menos lo mismo que necesitan modelos como el Toyota GR Supra automático, el Alpine A110 o el BMW i4 eDrive40, todos ellos mucho menos potentes.
Sin embargo, lo que realmente hace especial a este motor no es lo que empuja, sino cómo lo hace. Es un empuje instantáneo, casi como el de un coche eléctrico, con una intensidad que va aumentado de manera gradual hasta las 5000 rpm, momento en el que de verdad «despierta» y regala una fabulosa estirada hasta las 7500 rpm. Y todo ello acompañado por una banda sonora espectacular. Es sencillamente delicioso.
El peaje a pagar por todo ello es el consumo de combustible, que por norma general es alto. Sí, es cierto, puede rondar los 9,0 l/100 km si tratamos el pedal con mucho mimo y las condiciones son las ideales, pero lo habitual es que no baje de los 12,0 l/100 km. Si a eso le añadimos que el depósito de combustible tiene solo 61 litros de capacidad, el resultado es una autonomía inferior a la del Mustang Mach-E eléctrico de 294 CV que probé hace unos meses.
Además del consumo, hay otro detalle que no me ha gustado de este Mustang y que, además, creo que no casa en absoluto con el planteamiento del coche: la caja de cambios automática, que afortunadamente es opcional. Tiene nada menos que diez velocidades, toda una proeza técnica, pero montada en un coche que con cinco ya iría sobrado (el par es tan abundante a bajas vueltas que permite salir en segunda o incluso tercera con facilidad), no tiene demasiado sentido. Además, con cada cambio hay un pequeño tironcito que con el paso de los kilómetros se hace incómodo y el uso del modo manual es poco menos que testimonial: son demasiadas las marchas a elegir y, pasados unos segundos, la gestión electrónica vuelve a tomar el control. Una caja correcta, pero montada en el coche equivocado.
La caja manual es infinitamente más gratificante de utilizar y, aquí, sí, casa perfectamente con la filosofía que Ford le ha dado al coche: recorridos cortos, buen guiado y tacto durito. Además incluye un sistema que emula la maniobra punta-tacón en las reducciones que funciona a la perfección. No obstante, se puede desactivar para hacerlo de manera manual, mucho más gratificante si se domina la técnica.
Para el final he dejado el precio, un asunto delicado. El Mustang GT California Special tiene un sobrecoste de poco más de 2000 euros con respecto a la versión GT, «a secas» (ficha comparativa). ¿Merece la pena el desembolso adicional? Como dije al principio de la prueba, es posible que esta versión tenga un valor de reventa superior en el futuro, pero son solo conjeturas. Objetivamente, los detalles estéticos no valen esos 2000 € adicionales, pero en un Mustang el factor pasional tiene un peso muy grande: si los tuviera, yo los pagaría.
Son 62 931 euros, que es mucho dinero, pero a cambio nos llevamos uno de los coches con más personalidad del mercado y con el que el disfrute a sus mandos está garantizado. Como reza la firma que tengo en los blog de km77, «soy un fiel defensor de la conducción como herramienta terapéutica», y este Mustang se me antoja como la píldora complementaria ideal.