Paras en un semáforo. Aprovechas para sacar el cigarrillo de la cajetilla. ¡Oh, sorpresa! Es el último. Estrujas la cajetilla, abres la ventanilla y cajetilla que te tiro a la papelera universal.
No es un comportamiento exclusivo de conductores y acompañantes de los coches. Esperas en un paso de peatones a que el semáforo se ponga verde. La impaciencia te impacienta. Buscas la cajetilla, sacas el cigarrillo. ¡Oh, sorpresa! Es el último. Cajetilla que te tiro a la papelera universal.
Cajetillas, colillas, papeles varios, mierdas de perro, restos de fruta, utensilios, envases y plásticos de todos los colores y despojos mil aparecen todos los días en las aceras y calzadas de nuestras ciudades, en carreteras y también en senderos de montañas y campos.
No lo critico. ¿Para qué? Sólo lo constato y lo relato. Lo hacen con tanta naturalidad que estoy seguro de que se extrañarán de que publique una foto del coche del conductor que tira la cajetilla desde su ventanilla al suelo. «No es noticia», deben de pensar. Para mí sí lo es. Sigue siendo noticia el comportamiento cotidiano de algunos seres humanos, aunque no haya cambiado en los últimos doscientos años. O quizá por eso.
Nunca he entendido por qué nadie tira y pisa las colillas en el suelo de su casa y sí tira y pisa las colillas en el suelo de la calle. O quizá es que también las tiran en su casa.
Un argumento que he oído, creo que en serio, es que hay que ensuciar las calles para dar trabajo a los barrenderos. Entonces habrá que derribar edificios cuando los acaben de construir, romper huesos constantemente, destrozar coches, romper escaparates y todo lo que se nos ponga por delante.
Tengo una solución más limpia. Cavemos zanjas entre dos. Uno la cava y el otro va por detrás devolviendo la tierra a la zanja para cubrirla. Podemos hacerelo entre semana en todos los campos de fútbol del planeta, para que cada domingo estén impolutos para jugar. Con esa rueda de trabajo, tenemos trabajo infinito. Siempre. Para todos.