El verano pasado, durante el receso de la pandemia, transporté una gran paella en el maletero del Volkswagen Passat que todavía tenemos para probar los neumáticos de todo tiempo.

El transporte de una paella en el maletero, que parece tan fácil, me hizo sufrir durante todo el trayecto. En primer lugar porque la paella no cabía en ningún otro sitio del coche y mientras conducía no tenía ni idea de si todos los granos de arroz se mantenían dentro del recipiente o se habían desbordado.

El problema no eran las curvas, por las que se puede pasar muy despacio y con mucha suavidad en una carretera sin tráfico, sino las cuestas, y el camino de tierra por el que subía para llevar la paella a donde nos la íbamos a comer, si llegaba, tenía unos repechos muy empinados, de alrededor de un 20% de desnivel diría yo en un punto, aunque quizá me pareció más empinado de lo que en realidad era.

Conduje con todo el primor que fui capaz. Ganando velocidad en las bajadas suavemente y perdiende velocidad paultatinamente en las subidas. Intentando no detener nunca el coche en subida, para no tener que arrancar, ni frenarlo en bajada. Sin acelerones, ni frenazos.

No medí la paella, pero por lo que ocupa en el interior del coche diría que medía unos 80 centímetros de diámetro. Un desnivel del 20% implica que la parte delantera de la paella está 16 centímetros más alta que la parte posterior, con lo cual, si no aceleras con suavidad el riesgo de que la paella se desplace hacia detrás golpee con la pared del maletero y se derrame todo el arroz es elevado.

La incertidumbre es pegajosa

Sin hacer todos esos cálculos mientras conducía, mi impresión desde dentro del coche era que la paella no iba a llegar entera. Sufrí, porque el camino era largo y ya en la carretera asfaltada había una cuesta que mi hizo pensar mal. Luego, en el camino de tierra, entre los baches y los repechos estaba seguro de de que no tenía sentido seguir. Pero tampoco tenía sentido parar en mitad de esa polvareda y mucho menos para mirar si se había derramado: si ya se había derramado de nada servía parar y si no se había derramado, mucho menos. Pero lo único que me apetecía era parar para comprobar si todo estaba en su sitio.

Transporte de una paella en el maletero
Paella sana y salva a la llegada

La incertidumbre es pegajosa y me hizo sufrir durante todo el trayecto.

Por fin llegamos y por fin pude abrir el maletero. La paella había llegado con todos los granos de arroz en su sitio, tal como se ve en la foto y con todo el polvo del camino en el paragolpes. La paella, impoluta, estaba buenísima.

Su buen sabor no fue tan placentero como el momento de abrir la tapa del maletero y ver que estaba entera.