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El termostato no tiene quien le escriba

Mi padre nos decía en casa: «No podéis tener frío porque el termostato está a 22 grados». Hacía frío. Dijera el termostato lo que dijera. Cerca de las ventanas más frío que cerca del radiador.

De la misma época, hace casi 40 años, recuerdo que en las revistas de coches se nos enseñaba a los lectores: «No permitan que en el taller le quiten el termostato a su coche». Eran otras épocas. En aquellos tiempos los talleres tenían la costumbre de quitar el termostato a los coches. Su argumento era aplastante. «El termostato sólo sirve para que los motores funcionen a mayor temperatura. Eso es una barbaridad. Cuanto más fríos funcionen los motores, más duran. Todo el mundo sabe que el calor hace que las cosas se pudran y que el frío hace que se conserven». Con semejante argumento, quitaban el termostato. En la primavera siguiente era muy probable que ese motor quemara aceite.

En Bulgaria, el pasado invierno, en esta carretera, la furgoneta desde la que hice la foto, era incapaz de generar calor para las siete personas que íbamos dentro. Yo, que iba sentado al lado del conductor que agarraba así el volante en las carreteras deslizantes y me tenía en vilo en cada curva,

yo que iba sentado al lado del conductor veía que el indicador de la temperatura del agua no subía. Estaba seguro de que a aquella furgoneta le habían quitado el termostato y que en aquella bajada larguísima no había forma de que el motor se calentara. Lo malo es que tampoco se calentó en el llano y ni siquiera llegó a la temperatura normal de funcionamiento en la subida. Pobre conductor, le quedaba un largo invierno. Y pobre motor, no creo que durara mucho.

Pero esta semana he aprendido que en climas muy fríos los motores pueden no generar suficiente calor como para caldear el habitáculo y que puede ser necesario utilizar, adicionalmente, sistemas de calefacción eléctricos. No tenía ni idea de que eso podía ocurrir. Yo pensaba que los motores generaban suficiente calor como para calentar el habitáculo de un turismo en cualquier circunstancia, sólo por girar al ralentí. No es así, especialmente en los motores Diesel. Por debajo de 18 grados negativos, los problemas para calentar el habitáculo pueden ser de mayor importancia que los que se encuentran para refrigerarlo con temperaturas muy cálidas. Nunca lo pensé. El calor es inherente a los motores de combustión interna. Hace muchos años, casi cuarenta, si hacías caso a las revistas y conseguías que en tu coche no desapareciera el termostato, siempre había calefacción en el coche al cabo de pocos kilómetros. Yo, de pequeño, ni siquiera imaginaba la posibilidad de que pudieran existir coches con aire acondicionado.

Esta semana he aprendido también que los termostatos y los termómetros mienten. Bueno, quizá mejor, que no dicen toda la verdad. Mienten tanto que 22 grados centígrados son una cosa en EE.UU. y otra en Europa. Ya también, que para calibrar con finura los climatizadores de los coches, la forma en que enfrían los habitáculos, no basta con tener termómetros repartidos por todos los lugares en los que un pasajero puede tener frío o calor y medir qué temperatura hay en ese punto. Para calibrar con verdadera precisión el climatizador de un coche, es necesario que un pasajero, que una persona, diga si está cómodo o no con esa temperatura que se llama de «confort».

Todas estas cosas las aprendí el lunes pasado durante los ensayos de desarrollo del Ford Focus en el sur de España. Aquí se puede leer el reportaje que he escrito sobre esos ensayos.

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