Esta noche he conducido un Fórmula Uno. Un Williams. Un Williams actual, más o menos, decorado como los Williams de hace más de 30 años, cuando Alan Jones y Carlos Reutemann hacían doblete tras doblete. Recuerdo una foto de los dos, uno detrás de otro, en la que un conejo cruzaba la pista entre los coches, no recuerdo en qué circuito. Como uno de esos Williams, con el arnés amarillo.
Yo conducía el Fómula Uno y Fernando Alonso iba sentado a mi lado. ¿Dónde? Al lado.
Iba muy despacio porque la dirección estaba muy dura y no podía moverla. Fernando Alonso me ayudaba en las curvas. «¡Qué pilotazo!», se reía de mí. (Qué cabrón. Encima sin enterarse.)
No sé en qué circuito ha sido. Era uno de estos modernos. No salíamos derrapando de la línea del box, sino rodeando una pared, por un hueco estrecho que requería hacer maniobra, que separaba la zona del cambio de neumáticos de la línea del box.
Ahora tengo agujetas en los brazos.