Ayer entendí cómo se sienten las personas a las que les da miedo conducir. Las personas que se bloquean y se agarrotan sentadas ante los mandos de un coche. Aquéllos que cuanto mejor quieren hacerlo, peor lo hacen. Ayer fui uno de ellos. En las dunas del desierto.
Empecé mal y acabé peor. Me oriento mal (mal no, lo siguiente) y eso me creaba un pequeño desasosiego en las dunas. Nada grave, sólo una pequeña incomodidad.
No recuerdo cuál fue la primera vez que me quedé atascado, porque fueron infinitas (infinitas no, lo siguiente). A partir de ese momento ya no me desatasqué. El problema no es que me atascara en las dunas sino que iba atascado por ellas. La sensación de que me iba a quedar era constante. Miedo a acelerar. Si acelero mucho escarbo y me hundo, si acelero poco pierdo velocidad y me hundo. Miedo a frenar, miedo a tocar el volante. Miedo. Bloqueo y miedo. Atasco mental. Cuanto mejor lo quieres hacer, pero lo haces.
Me empeñaba en repetir y repetir y ahora mismo, mientras sale el sol por detrás de mi ordenador, cogería el coche y volvería a las dunas. La suerte que tenía es que no lo pasaba mal. Entre todos me ayudaban a desatascar el coche sin un mal gesto. Todos debajo de mi coche, quitando arena. Y me decían que subiera y que acelerara hacia adelante, hacia atrás. Con las ruedas rectas. Con las ruedas giradas. Yo insistía en decir que cogieran ellos el coche (ya estaba atascado y apurado de tantas paradas, de tantas manos quitando arena, de tanta parada del grupo para seguir mi ritmo, de tanto quitar la arena que abrasa las manos) pero no me dejaban.
En una situación así, de atasco mental, con las piernas y los brazos agarrotados, sirve de poco que nadie te diga lo que tienes que hacer. El miedo a equivocarte paraliza. Sabes que tienes que acelerar y no aceleras. Una infamia.
Tampoco sirven ni los consuelos ni los piropos. Llega a molestar todo lo que sucede alrededor. Los piropos al estilo de «Qué bien te ha salido ahora» duelen en el hígado cuando ves que no has hecho más que pasar por una superficie plana, casi asfaltada, entre duna y duna. La conmiseración es dolorosa. Que pasen de ti también duele y que te amonesten mucho más. Lo mejor debe ser dejarlo y volver al día siguiente, si eso fuera posible.
Me ayudó mucho a primera hora de la mañana que se subiera Chema Quesada a mi lado, con sus dotes de profesor. Me sirvió sentarme al lado de Nacho Salvador, para verle a él, para ver cómo lo hacía con tanta facilidad. Me sirvió para ver que es posible aunque yo no fuera capaz. Por más que lo intentaba, no conseguía quitarme el agarrotamiento de brazos y piernas, conducir con tranquilidad.
Paramos a comer en una jaima al pie de la Gran Duna. Y luego al hotel para un baño en la piscina. Con la puesta de sol volvimos a intentarlo. Me quedé atascado antes de entrar en la arena (antes no, lo anterior). Imposible. La jornada de la tarde fue todavía peor que la de la mañana.
Aun así, soy feliz como un niño. Aprendí mucho ayer. Algún día quizá pueda procesarlo. De momento, espero no encontrarme dunas de repente en una carretera. Aprendí a valorar la situación para desatascar los coches. La presencia de Lucas Cruz (parece que flote sobre la arena con su Touareg bajito y con ruedas de asfalto) cada vez que me atascaba daba mucha tranquilidad. Él o Nacho analizaban la situación con calma y decidíamos de dónde quitar arena y hacia dónde empujar. En esos momentos no perder la calma es imprescindible. Actuar incorrectamente sólo puede complicar más las cosas.
De todos los atascos salimos con relativa facilidad, salvo del que estaba en mis neuronas. No hubo que poner planchas en ninguna ocasión (no todos pueden decir lo mismo, ja, ja, ja, ni los mejores) y entre todos sacamos mi coche de cada uno de los atascos. La relación de mis atascos con el siguiente que más se atascó debió ser de 10 a 1. Una relación de compresión magnífica.
Soy experto en quitar la arena bajo el coche. Algo es algo. Si el paseo por las dunas coincide con las horas de calor, es imprescindible llevar pantalones largos. La arena abrasa las rodillas al cavar. En cuclillas es imposible. También es imprescindible llevar guantes. La arena quema, pero los coches queman mucho más. Y hay que empujarlos.
Lo que no sirve de nada, salvo que el atasco sea monumental, es una pala. La arena se quita con las manos, en un trabajo de mayor precisión que el que puede hacerse con una pala. A mi pala se le acabó la pila, pero a mis manos no. Hoy mismo volveré a intentarlo si tengo oportunidad, a ver si me tiembla menos la pierna derecha con el pedal del acelerador. Que parezco nuevo.