Los londinenses y las londineneses no miran. Un domingo en la City desierta, casi me choco con una chica que venía contra mí por la acera. Ni se enteró de que yo estaba. No miran. No es que no miren. Es que no ven. No se puede ser tan frígido con la vista como los londinenses. Si vieran, mirarían más.
No miran, casi nunca. El día que crucé Londres con mi chófer en el Jaguar XK 120 nadie apartaba la vista de nosotros. Qué molestia y qué descaro. Los conductores de los autobuses preguntaban, los dueños de otros coches levantaban el pulgar, los transeuntes aplaudían y los turistas hacían fotos como posesos. Qué vulgares. A los ricos nos gusta pasar inadvertidos. no había forma
Pasear en el XK 120 por delante de Harrods me incomodó. Tanta atención desaprovechada, tanta mirada ajena, tanto tiempo desperdiciado. No tendrán otra cosa que hacer. Tanta atención puesta en mí. Por Dios, qué revuelo. Tanta gente cerca. Qué difícil está salir de casa en un descapotable.
Los transeuntes debían pensar que íbamos con nuestros coches sobre un océano de glamour. Qué ordinariez. Glamour. A mí.
Decidí despistar y empecé a hacerle fotos al coche desde cualquier esquina. No tolero que me miren. Los ricos de verdad no podemos consentir que nos consideren ricos. Eso es de pobres.
Fingí que me sorprendía la situación, que para mí no era común pasear por Knightsbridge con ese Jaguar y con cualquier otro. Saqué la camarita de barato que tengo para estas ocasiones, como un aficionado cualquiera, y me dedique a portratar cualquier menudencia.
Hice fotos a quienes me fotografiaban, para que vieran que todos somos iguales.
No puedo correr esos riesgos. Imagínense que cualquiera de esos palurdos que jalean y dan palmas se entera de dónde tengo el garaje. Un riesgo innecesario.