No existe ninguna Ley Natural que obligue a que exista el Derecho a propiedad intelectual. Igual que no existe ninguna obligación de que exista el Derecho a propiedad privada. Los humanos, en nuestro acuerdo social, tenemos capacidad para decidir si deben o no existir estos Derechos, como el resto de Derechos. Que un creador sea el autor de una música o de una novela no tiene por qué otorgarle ningún derecho sobre ella. Lo mismo sirve para una empresa de la industria farmacéutica. Que Fleming descubriera la penicilina no supone que adquiriera de forma automática derechos sobre su producción y venta.
Como no existe el Derecho Natural sobre propiedad, ni física ni intelectual, las sociedades tenemos que decidir de qué forma nos conviene regular estos asuntos y establecer si otorgamos derechos a los creadores sobre su obra y a los inquilinos sobre las casas en las que habitan.
La propiedad privada de elementos físicos tiene una larga tradición en la historia de la humanidad, incluso en la de las especies no humanas. Los elementos físicos se han defendido desde siempre por la fuerza, porque como escribía Javier Pérez Royo recientemente «La ley del más fuerte es insuprimible (…) Ahora bien (…) La convivencia humana, a diferencia de la pura coexistencia animal, sólo es posible si se establece algún tipo de control sobre la acción de la ley del más fuerte». Los leones defienden sus territorio con la fuerza. La evolución de las sociedades y el acuerdo social establece controles sobre esa ley del más fuerte.
Otra de las características del elemento físico es que tiene valor para su creador aunque no se comparta. La casa que uno construye, aunque a veces adquiera valor adicional cuando aparece en el ¡HOLA!, y el Ferrari que uno pudiera construir, aunque a veces adquiera valor adicional cuando lo ven los vecinos, tienen valor por si mismos, para cobijarse cuando llueve y para desplazarse de un lugar a otro. La comida es el ejemplo indiscutible. Tiene el valor de la energía que te permite vivir.
Las creaciones intelectuales, en cambio, como las ideas y los conceptos, adquieren valor especial cuando se comparten. Cuando Arquímedes descubrió la ley de la palanca, pudo aprovecharse de ella para mejorar su jardín. Pero a él no le perjudicaba en nada, al contrario, probablemente le beneficiaba, que su vecino también utilizara su descubrimiento para mejorar el suyo. Fleming, supongamos, podía no haber informado a nadie el descubrimiento de la penicilina. Se lo podía haber quedado sólo para él, para curar sus infecciones. No le hubiera beneficiado en nada. La propiedad intelectual adquiere valor cuando se comparte, a diferencia de la casa, el coche y la pluma.
¿De quién son las ideas? Que cuando atacamos una idea, cuando intentamos demostrar que un proposición es falsa, no faltamos el respeto a nadie. Las ideas no nos pertenecen a las personas, aunque las personas estemos formadas en parte por ideas. La discusión sobre la propiedad intelectual trata de saber a quién pertenecen las ideas. Y un paso más allá, en el caso de que pertenezcan a alguien, qué precio tienen en la compra-venta. ¿Puede el mercado fijar ese precio?
Para gestionar todos estos asuntos, en los últimos siglos los seres civilizados hemos creado patentes, derechos de autor y otros instrumentos para gestionar el mercado de las ideas. Cada vez que abrimos una puerta con facilidad le debemos algo a Arquímedes. En lugar de eso, hemos pagado por un picaporte, cuyo fabricante está utilizando la idea de Arquímedes. Si Arquímedes hubiera cobrado a todos sus vecinos por conocer la Ley de la Palanca, hoy, probablemente, tendríamos un mundo menos evolucionado. Probablemente, Arquímedes se hubiera hecho inmensamente rico, pero la civilización hubiera evolucionado más despacio.
También es cierto que el incentivo económico puede ser un estímulo para crear ideas. Es posible que sin incentivo económico sea más difícil encontrar una vacuna contra el SIDA que con incentivo económico. Es posible que si hubiera existido un mercado para las ideas, hubiera existido un Arquímedes anterior al que conocemos, que hubiera escubierto la Ley de la palanca años o siglos antes.
Si una empresa farmaceútica descubre la vacuna o el remedio perfecto contra el SIDA, ¿Debe estar autorizada a ponerle el precio que ella quiera, el que maximice su beneficio? ¿Puede una empresa, sólo por el hecho de haber descubierto una vacuna tres meses antes que otra, cerrar el paso a la competencia mediante una patente? La farmacéutica argumentará que tiene que amortizar los gastos de inversión y que tiene que tener estímulos para seguir invirtiendo. Difícilmente nos podremos oponer a esos argumentos. Sin embargo, estamos obligados a preguntarnos a cambio de qué. ¿Llegar primero a la meta es motivo suficiente como para impedir que todos los demás lleguen a la meta? ¿Llegar primero a la meta es motivo suficiente como para actuar monopolísticamente en el mercado? Dado que hasta el fútbol puede ser considerado de interés general y el Estado puede decidir que se emita en abierto ¿qué no deberían hacer los Estados para conseguir que las medicinas contra el SIDA llegaran de forma inmediata y «en abierto» a todos los ciudadanos que las necesitaran?
En España, el debate de lo que nos conviene hacer con la propiedad intelectual no ha existido nunca. Este debate deberíamos haberlo tenido aunque no existiera internet. Que ahora pueda uno bajarse la música gratis y copiarla miles de millones de veces no es más que una contingencia. La llegada de los discos fue otra contingencia. Son contingencias que afectan al precio, pero no al valor de la propiedad intelectual como concepto. Para poder fijar el precio, primero tenemos que determinar si consideramos que la propiedad intelectual tiene más valor cuanto más se comparte o si tiene más valor cuando se restringe su utilización. También tendremos que valorar si el incentivo económico estimula más la creación, qué interés tienes esa creación para la sociedad, o si la estimula más la competencia entre autores u otros factores.
Me parece dificilísimo regular la propiedad intelectual. ¿Cuánto tendría que cobrar quien nos iluminara con la ley perfecta para regular la propiedad intelectual? ¿Lo tendría que cobrar sólo esa persona o tendría que repartirlo con todos los que debatimos y pensamos para encontrar esa solución? ¿No aportamos todos un poquito de esa idea final? ¿No sucede lo mismo con todas las creaciones intelectuales? ¿Cuántas canciones y películas que no existen echamos de menos? ¿Se mide la cultura por el número de canciones y películas que aparecen cada año? ¿Por el número de las que tienen éxito?
Aprobar una ley para regular las descargas por internet antes de debatir y tener claro cómo debemos regular la propiedad intelectual es un fracaso seguro. Las leyes deben utilizarse para alcanzar objetivos generales claros, no para proteger a unos y a otros de algo que ni siquiera sabemos si queremos proteger ni cómo.
Los argumentos de la ministra de que la ley es urgente porque las descargas ponen en peligro la cultura es insignificante (no significa nada) ¿Qué significa poner en peligro la cultura? ¿Poner en peligro la denominada industria cultural? Voltaire, Freud, Thomas Mann nunca oyeron hablar de los creadores que se pretende proteger ahora para defender la cultura. A la cultura no le pasaría nada porque todos estos creadores dejaran de crear. ¿Cuántos creadores desconocidos dejan de crear todos los días porque tienen otro trabajo? ¿Cómo se mide ese coste de oportunidad?
Dicho esto, a mí la cultura me parece importante, pero no estoy seguro de cómo se defiende la cultura que a mí me parece importante y ni siquiera si nos beneficia más defender la cultura o la limpieza, o la educación sanitaria, o la medicina, o el conocimiento del derecho, o de medicina od e física.
Con relación a la industria cultural que la ministra quiere proteger, ¿no le parece que era tan urgente o más proteger a los ciudadanos de unos precios desmedidos? Me río de que se critique la tecnología de internet. Antes, los discos de vinilo y otras tecnologías permitieron enriquecerse a unos cuantos como nunca antes hubiera podido soñar ningún músico de la mejor calidad. Lo mismo sucede con los libros y la película de fotografía y cine. Antes de que llegaran los libros, las cámaras de fotos y la película de cine nadie se había enriquecido con la escritura, la pintura y el teatro como se han enriquecido algunos durante el último siglo con sus equivalentes en los libros, la fotografía y el cine. Los soportes físicos para algunas artes son un accidente en la historia. Que los músicos y los actores hayan podido vivir durante unos años de la venta de soportes físicos es un hecho extraño de la historia. Durante un tiempo, muchos de ellos pudieron vivir holgadamente gracias a esa extrañeza.
Algunos (pocos) actores, músicos, artistas y creadores afirman que quienes bajan gratuitamente sus creaciones por internet pretenden dejarles en el paro. No sé si es cierto, pero es un argumento irrelevante. Las leyes se tienen que concebir para favorecer el bien común, no para favorecer el trabajo y el sueldo de grupos de presión. Los creadores podrán o no irse al paro, pero su situación laboral no debería afectar a la ley que regule la propiedad intelectual en beneficio del conjunto de la sociedad.
Abro paréntesis
En una regulación económica perfecta, las empresas no deberían obtener beneficios desmedidos con relación a sus inversiones. Una economía perfecta permite regular esos precios mediante la competencia y la información. De esta forma, el reparto de riqueza se produciría naturalmente de forma estable.
En algunos sectores, la economía perfecta es imposible, porque no hay forma de establecer competencia real. Uno de estos sectores es la banca. Por muchos bancos que haya, los ciudadanos sólo se fían de algunas entidades y no confían su dinero a cualquiera. Por este motivo, es imprescindible regular la actividad de los bancos, porque la competencia no es real. Los grandes beneficios de algunos bancos son síntoma de un fallo de la economía de mercado, que requiere por tanto de la mano reguladora.
Los grandes beneficios de una empresa, de algunos altos directivos, de los futbolistas, los actores, músicos y directores de cine son un síntoma de una mala regulación económica de esas industrias. Algo falla en la regulación económica cuando un compositor puede vivir toda la vida de una sola canción.
Es imposible competir con un gran actor y un gran futbolista, pero si su actividad es de interés general (ellos mismos dicen que la cultura que producen lo es y que por eso hay que defenderla), tendremos que diseñar alguna forma para limitar sus ingresos, mediante una rebaja del precio que pagan los consumidores.
Estoy seguro de que los forofos del fútbol pagarán lo que sea para que las estrellas jueguen en su equipo y lo gane todo. Eso mismo podría pasar con los forofos de la música y el cine. Si sus forofos quieren que sigan actuando o componiendo, les pagarán lo que sea para que lo hagan.
Cierro paréntesis
No tengo ninguna solución para regular la propiedad intelectual. Para legislar en beneficio de la mayoría de ciudadanos, tenemos que aportar ideas, compartirlas y debatirlas, en beneficio de todos. Ése es el mayor valor de las creaciones intelectuales. Que de una forma u otra nos pertenecen a todos, porque todas las ideas que tenemos se conforman gracias a las ideas de los demás y a las ideas que existieron antes.