Miércoles 9 de diciembre. 7:30 horas de la mañana. Autovía de la Coruña (A-6), dirección a Madrid. Alrededor del kilómetro 30, por la zona de Torrelodones y Las Matas.
Autovía de tres carriles.
Avanzo por el carril central a buena velocidad el tráfico es intenso pero fluido. Por la vía de servicio situada a la derecha, unos metros per delante de mí, avanza un coche de la Guardia Civil con las luces superiores encendidas. Están encendidas las azules y las naranjas. Me cambio al carril de la izquierda como suelo hacer cuando hay vías de aceleración por la derecha, para facilitar las incorporaciones. El coche de la Guardia Civil se incorpora unos 50 metros por delante del mío. Sigo por el carril de la izquierda, lo adelanto a la velocidad reglamentaria en ese tramo y regreso al carril central.
A los pocos segundos me vuelve a adelantar el coche de la Guardia Civil y el agente sentado en el asiento del copiloto me hace gestos con la mano para que me sitúe detrás de él (con grandes aspavientos y evidentes muestras de enfado en la boca. Parece gritar mucho, pero yo no oigo nada). Todavía es noche cerrada y al principio me ha costado distinguir que tenía la ventanilla bajada y el brazo por fuera. Después de que me coloco tras él, otro coche intenta el adelantamiento por la izquierda. Y un autobús hace un amago de adelantarle por la derecha. En esta ocasión, a diferencia de mi caso, el coche de la Guardia Civil prácticamente les interrumpe el paso con una amplio zigzag. Un kilómetro después estamos todos parados en mitad de la autovía.
Uno de los guardias civiles se acerca a mi coche. Bajo la ventanilla y le digo:
— No les entendía. ¿Cómo podía saber que teníamos que situarnos detrás de ustedes?
— Éste es el procedimiento, si no le gusta, ponga una reclamación.
— (…)
— Y cuando reanudemos la marcha me sigue y se para a la derecha detrás de mí.
Al reanudar la marcha (con tiempo suficiente como para hacer la foto de arriba) me hace un gesto con la mano para que no me olvide de que tengo que seguirle.
Me paro detrás de él en el arcén y se acerca hasta mi ventanilla.
— No se enfade. Lo único que quería decirle es que no le habíamos entendido. No sólo yo. Ha habido más coches que han intentado adelantarles.
— Sólo usted y un Volvo. Déme la documentación del coche y su carnet de conducir.
— Voy —le digo mientras me pongo a buscar— En otra ocasión que me pasó lo mismo, los agentes llevaban por fuera del coche esas espadas de luz que tienen para señalizar.
— Pues es de sentido común que si llevamos las luces naranjas encendidas no deben adelantarnos. Pero eso ya depende del sentido común de cada uno.
Le doy los papeles del coche y mi carnet de conducir. Se va hacia su coche y cuando regresa abre la puerta de atrás y saca la espada de luz a la que yo me refería. Me la enseña. Me entra la risa desde dentro del coche.
— Es que no nos ha dado tiempo a cogerla. Ése es el tema —me dice con cara amable (por fin), mientras me devuleve los papeles.— Dé un poco marcha atrás que le facilito la salida.
— De acuerdo. Gracias.